miércoles, 10 de enero de 2018

En la muerte de José García Marín (insigne hacedor del Caballo Rojo)

Gracias

Francisco Javier Gómez Izquierdo

      Cuando hace treinta llegué a Córdoba no había tanta tontería con los fogones como la que se lleva de unos años para acá. Ni en Córdoba, ni en Burgos. La gente de buen comer no se las daba de exquisita ni te salía con sandeces del estilo “tiene el sabor de las bellotas más en sazón, las de las encinas que quedan en la solana de la finca” o “ unas algas que te llenan de sabor a mar el paladar”. Lo dicen arrobados, como en trance y a uno le entra un no se qué al ver que una ración tan grande como un grano de arroz, sugiera delirios tan excelsos. Ahora hasta hay niños cocinillas que guisan en la tele y te dan lecciones de como lavar la lechuga.

      A mis amigos y a mí nos gusta comer como Dios manda y vamos donde sabemos que no nos fallan y así como desde los 80 hasta este 2018  el Ojeda de Burgos era y es un templo del lechazo asado donde uno se sentía y se siente feliz cada vez que acude a él, el Caballo Rojo de Córdoba es desde hace decenios parada obligada de todo aquel que disfruta en una mesa por lo que saborea y no por lo que le explican antes de probar un plato.

    En el Caballo Rojo, junto a mi doña y mi tierno infante, he celebrado aniversarios, cumpleaños y la visita de los mejores amigos. En los 80, el Caballo de Córdoba era el Ojeda de Burgos. En los 80, en los 90 y en todo el siglo XXI. El restaurante a recomendar. El restaurante donde te cobran conforme comes y no te piden una tasa por lo que te sugiere el olor del rabo de toro, el rape a la mozárabe o el cordero a la miel. El restaurante donde el camarero no te marea con vinos carísimos o te apellida los entrantes  en francés. El restaurante donde te dicen, “déjese aconsejar” y acabas dando un abrazo al asesor.

     El creador de ese centro de peregrinación cordobés a la vera de la Mezquita se llamaba hasta ayer José García Marín. Ha fallecido con 91 años y creo que son muchos miles los agradecidos que recuerdan el día que se sentaron en tan magnífico lugar. Tuve el gusto de conocerle en delicadas circunstancias y estoy en condiciones de afirmar que pocos cordobeses tan sabios en lo que hay que saber, y tan educados hasta en los momentos de tribulación.

     En verdad, ha muerto uno de esos hombres que no deben morir nunca. Que se lo pregunten a Boris Yeltsin, Borges, García Márquez, Severo Ochoa, nuestra reina Sofía, enamorada del salmorejo. Dicen que Chirac mandó un cocinero a Córdoba a aprender en el Caballo Rojo el truco del salmorejo.