lunes, 10 de julio de 2017

Teruel también existe y una estocada de Colombo en Las Ventas


Sábado en Teruel

Minuto (musical) de silencio

 José Ramón Márquez

Prólogo turolense.

La ilusión es el motor de la afición. La ilusión es la que te lleva muchas veces a la Plaza, aún a sabiendas de lo que te espera. La ilusión es la que lleva a marcarte seiscientos kilómetros tan ricamente para ver a Ponce con los de Adolfo, que allí nos encontramos un buen puñado de aficionados de Madrid, de Zaragoza, de Valencia… Y, verdaderamente, la ilusión con la que fuimos ya nadie es capaz de quitártela, aunque luego todo salga de otra manera distinta a la que cada cual habría querido. Era de cajón pensar que lo que Adolfo llevaría a Teruel para que Ponce se estrenase y se despidiese de su ganadería, no pasaría la mínima exigencia (hablamos de la exigencia de una Plaza de segunda, por supuesto), pero no podíamos imaginar que la cosa fuese a ser tan deplorable. Sin hablar de las condiciones minúsculas de los pitones, pitones dignos de un miniaturista, la presentación de la corrida en cuanto a lo zoomórfico fue verdaderamente deplorable. Y pese a ello, por más que cuenten por ahí, créanme, Ponce estuvo desconfiado con el primero como un neófito hasta que vio claramente que no se comía a nadie, momento en que armó su trasteo en versión complacer a los del pueblo, actitud populista que continuó en su segundo con el que no pasó incomodidad alguna. Curro Díaz por no hacer ni hizo en su primero ni en su segundo su tradicional inicio de faena, que es lo mínimo que se le pide, y Morenito de Aranda, que venía de matar en Burgos otra de Adolfo, se justificó en su primero con un poquito de buen toreo al natural, encajado, ligado  y de buen trazo, y dio en su segundo su versión más chabacana. Decían los viejos del lugar que hacía más de treinta años que no se veía en Teruel una entrada como la del sábado, por si a alguien le quisiera dar por ponerse a cavilar qué han hecho mal.


El tardoponcismo

Novillada en Madrid.

Así que después de la tarde amena y decepcionante en la coqueta Plaza de Toros de Teruel, construida en 1935, volvemos con las orejas gachas a Las Ventas de nuestras entretelas a ver una novillada de don Fernando Peña Catalán, próspero industrial y criador de toros de lidia desde 1990, toros toledanos de “Torrestrella por absorción” al decir de la Unión de Criadores, sea ello lo que sea, que yo sin embargo me reafirmo en la creencia de que si el señor Peña lleva cerca de treinta años con su ganadería, su procedencia es Peña, o acaso Palomarejos, por lo de la Compañía de Inversiones Palomarejos que figura como real propietaria de la vacada. La cosa es que si el año pasado, también por el mes de julio, salimos tan contentos de Las Ventas con la corrida que nos trajeron los Palomarejos, este año lo mismo, que los seis novillos que se trajeron a Madrid desde Calera y Chozas han dado juego, han puesto sus embestidas a disposición de sus matadores, no han rehuido el vis a vis con los de la equitación y  han planteado sus problemas, tal y como debe ser, en una variedad de comportamientos que han ido del boyante al manso pasando por el que se paró y, este sería el garbanzo negro de una interesante corrida, el que manifestó una inaceptable falta de fuerzas, el toro flanín diríamos, que fue el sexto. Dos de los seis, el primero Desperezado, número 18, y el segundo, Rinconclaro, número 123, fueron despedidos justamente con ovación.
 
Como todo el mundo sabe, los toros empiezan a las 7 de la tarde, pues bien, a las 7 y 12 minutos ya habían arrebatado tres capotes a los actuantes los de Fernando Peña, para que se vea que el novillo, Desperezado, tenía su personalidad y su embestida tenía su sentido. El Presidente, don Víctor Oliver, estimó que podía sacar el trozo de sábana blanca al que solemos llamar pañuelo con sólo tres banderillas colocadas en la espalda de Desesperado, pero incluso esas tres estaban puestas de manera tan feble que al ir a comenzar su faena Santana Claros, de Fuengirola, nuevo en esta Plaza, ya sólo quedaba una en el toro. El toro fue bueno y dispuesto, sin ser en absoluto tonto. Al inicio de su faena le pegó a Santana Claros una colada de ésas que te dejan que no sabes si vas o vienes, pero en general el novillo estaba dispuesto a echar una mano a Santana, que no fue capaz de aprovechar las innegables condiciones del animal para exponer su tesis con la solvencia que el animal demandaba, no estuvo lo que se dice bien, pero tampoco dio ni mucho menos la impresión de estar naufragado, todo hay que decirlo. Y hay que explicar también que Santana Claros se vino a Las Ventas  sin apoderado y con una sola corrida en el año pasado, seguramente traído por la influencia de Curro Vázquez, a quien brindó este primer novillo, por lo que la censura que sobre él se haga debe quedar, nuevamente, matizada por la falta de soltura de quien no torea. Mata de estocada arriba un poco contraria de gran efectividad. Su peón Yelco Álvarez tira al toro feamente, cuando el animal estaba herido de muerte.
 
Daniel Crespo lanceó por verónicas de buen trazo a su primero. “El Patillas” le agarró bien en el primer puyazo al que acudió con alegría y Crespo no pudo volver a explicar su toreo de capa porque el novillo, Rinconclaro, le arrebató el capote de las manos y pelillos a la mar porque el novillo volvió a ir con alegría al caballo y a tomar una vara de buena nota. El trasteo de muleta se basó sobre todo en la mano derecha y no llegó a cobrar vuelo, pues Daniel Crespo volvió a caer en lo mismo que cuando le vimos el año pasado: cita al toro y cuando le tiene en movimiento le deja colocado, y él mismo se queda colocado, ahí engancha el segundo muletazo y a continuación suelta al novillo de cualquier manera y tiene que pegarse una carrerita para volver a la posición. Eso, así, cuatro, cinco, seis veces, y la ligazón se cambia en carreritas, y la faena va desapareciendo. Si a eso añadimos muchos más enganchones de los recomendables y una estocada baja echándose fuera, ya tenemos reseñado a Daniel Crespo en su primero.

Jesús Enrique Colombo venía de Pamplona, donde se apreció su disposición de novillero con ganas, y de nuevo en Madrid ha venido a refrendar esa consideración. Su primero, Jamonero, número 144, cobro en la primera vara que le puso Andrés Nieto y acudió al relance a la segunda en la que no se le picó. En banderillas él no coloca al toro, sino que tiene a Marco Galán para que le deje preparado al novillo, ante el que desarrolla su banderilleo atlético tan poco sobrio; su segundo par es arriesgado, porque con el toro lanzado le cambia el viaje en la cara; el tercero lo mismo que el primero. Brinda al público en los medios, dejando caer la montera muy toreramente, soltándola sobre el hombro y comienza su faena, que tiene muy poco recorrido porque el novillo se para en seguida, los amigos del torero dirán que fue cosa del toro y los amigos del ganadero dirán que el matador ahogó la embestida de Jamonero. Mata de estocada baja echándose fuera y soltando la muleta.

El segundo de Santana Claros, Calmoso, número 116, de condición tirando a mansa, no paraba de tirar hacia el 4... y de rajar capotes, que se llevó por delante el de Santana y el de Crespo, rajados de arriba abajo. Inicia Santana su trasteo con unos ayudados por alto de sabor añejo, marcando el viaje del novillo, y después se pasó la muleta a la zurda donde dibujó naturales pintureros, de buen trazo y de poca ligazón; luego, cuando cambia, y prosigue la faena por la derecha, descolocado y pasando al toro por las afueras, la cosa pierde interés. Apetece volver a ver al fuengiroleño. Tiene personalidad.
 
En el saludo de Daniel Crespo a su segundo, Confuso, número 74, el novillo le raja el capote, así que nos quedamos sin ver refrendar en éste las verónicas del primero. A Confuso lo pica Juan Melgar, y es una gloria verle montar, mover el penco y echar el palo. El mismo penco que con otros picadores es como un sillón chester, con Melgar se mueve hacia adelante y hacia atrás y anda con alegría, para que se vea lo que es capaz de hacer un jinete con un caballo. Bien ejecutada la suerte y bonita la manera de echar el palo, aunque en la segunda vara quedase la puya un poco baja. Luego viene un ajustado quite por chicuelinas de Colombo y una arriesgadísima y pundonorosa manera de banderillear de David Gómez que alarga su cuarteo más de lo que dicta la prudencia buscando la cara del novillo que le esperaba para hacerse con él, afortunadamente sin consecuencias, Y después el trasteo de Daniel Crespo se basó en correr y correr, en muchos enganchones y en estar por debajo de las condiciones del novillo.

El segundo de Colombo, Alfeñique, número 137, fue pésimamente picado por Gustavo Martos, que bien podía haberse fijado en “El Patillas” y en Juan Melgar para aprender un poco. Vuelve Colombo a agarrar los palitroques y de nuevo vuelve a su estilo atlético, toma el olivo a la salida del primer par, quiebra en el segundo y sale acosado en el tercero, de tal manera que aunque hay tres peones al quite se ve obligado a tomar de nuevo el olivo. En la faena de muleta el toro se revela como muy blando, desplomándose varias veces. Colombo corre la mano despacio, pues despacio embestía el toro y como colofón receta una gran estocada, eficaz y bien ejecutada, que por si sola vale la oreja que se le concedió.
 
Epílogo madrileño.

A la salida de los toros me entero de que ya no hay más corridas los domingos, que ahora se les ha ocurrido que van a hacer unas nocturnas los sábados, por lo que doy por concluida mi asistencia a Las Ventas. Plaza1 se queda sin ingresar 19,60 € de los cuatro festejos que me quedaban por ver antes de irme de vacaciones, que no es que eso les vaya a sacar de pobres, pero para unas cañas sí que da.