martes, 8 de mayo de 2018

Giménez

Juez Holmes
(Como era un hombre excepcionalmente triunfador, podía ser pesimista
 en filosofía, y como era un bostoniano viejo, podía ser desinteresadamente 
partidario de reformas democráticas. Santayana)


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Giménez es el exjuez de guardia que la socialdemocracia saca para decir: “Un ex magistrado del Supremo dice…” Y lo que dice es lo mismo que La Sexta, sólo que después.

¿Es el juez Coke corrigiendo al rey Jacobo? ¿Es el juez Marshall separando la Nación del Estado? Aunque gasta bigote, Giménez tampoco es el juez Holmes, a quien Santayana recuerda con un majestuoso bigote rubio “haciéndose el soltero” (se negaba a pasear por Beacon Street porque cada puerta le parecía la lápida de un amor muerto).
La política es el consenso –dice Giménez, pasando por alto el carácter antijurídico (o consenso o Derecho) y antipolítico (o consenso o política) del consenso, que es unanimidad de pensamiento y reparto de botín.

Giménez suena en el “mainstream” como el Eco de Jardiel (“¿cuánto dura el amor de las señoras? …oras”):
“No tiene sentido que haya presos etarras a 500 kilómetros”. “La ley no puede ser inconsciente ante el hecho de que Eta ha dejado de matar”. “Lo de Puigdemont no es rebelión”. “Lo de Alsasua no es terrorismo”. “El voto particular de ‘La Manada’ pasará al catálogo de horrores judiciales”. Y así.

Giménez no ha visto los videos, mas el voto particular del juez de Pamplona es un “horror judicial”. Él, cuando ejercía, emitió uno para que condenaran a Camps, pero archivó el caso de Pepiño Blanco.
El desafío de cada juez –explica– es aplicar ese principio abstracto de que la justicia es igual para todos, y que es mentira en la realidad, porque la sociedad es injusta.
Juristas españoles, toreros americanos y cineastas persas. El mundo es una “Russian Troll Farm”.
Dombrovski cuenta la historia de Cambises, rey de los persas, que condenó a muerte a un juez injusto: lo despellejó y ordenó que la piel se utilizara para revestir la butaca del próximo magistrado. Para sentarse en esa butaca designó al hijo del juez ajusticiado. Se dice que fue un buen juez.

Pregúntese algún día –dice Zibin a su jueza de instrucción– cuántas pieles revisten su butaca.

La butaca de Giménez la ocupa Llarena.