viernes, 26 de enero de 2018

Abogados del Estado



Hughes
Abc

Esta semana escuché a Rajoy una expresión significativa. No recuerdo si fue en la entrevista de Alsina. Le preguntaban por lo de Camps y Costa y respondió: “Estaremos a lo que digan los jueces”. Creo que lo repitió.

Estar a. Esta expresión me sonaba de mis tiempos como estudiante de oposiciones. Es lenguaje de opositor. “Respecto a esto en particular se estará a lo que diga la Ley tal y el reglamento cual”. Es una forma de citar la Ley. Una fórmula rutinaria de remitir a un lugar concreto del ordenamiento. Quizás sea mi ignorancia, pero nunca lo había escuchado respecto a un juez. Ahí lo habitual era el “acataremos lo que digan los tribunales”. Las sentencias las acatas, no estás a lo que digan. Me pareció un pequeño gran lapsus. Referirse a la sentencia judicial como a una ley. Qué cacao íntimo (nuestro) revelaba. La ley ha acabado siendo lo que digan los jueces que es. Pero no es solo la inconsciente y conflictiva confusión de los poderes, sino también y sobre todo la confianza que dejaba traslucir.

Rajoy miraba al juez no tanto como otro ámbito, sino como parte de un todo a tener en cuenta en su debido momento. Mirar al juez como se mira a la ley, ley que el partido en el gobierno, mayoritario en el parlamento, también elabora. De alguna forma, el político-funcionario, los grandes opositores del PP, han llevado su entendimiento y dominio del Estado al paroxismo con lo de Cataluña. La confusión es absoluta. El manejo orquestado, se suponía que virtuoso, de las distintas cuerdas del Estado ha resultado un lío que va para calamitoso. El gobierno, que como tal maneja el legislativo, ha querido apoyarse en el judicial. Uniendo tanto los tres brazos que se suponía separados, Soraya parece una diosa hindú estatal. Es inevitable que haya un cierto ordenancismo, y que los poderes se pulsen como partes de un todo, igual que las leyes se citan como parte de un ordenamiento. Todo en un interminable continuo procedimental. Ese pequeño lapsus deja traslucir una visión organicista del poder estatal. De Fraga se dijo aquello de que le cabía el Estado en la cabeza. Quizás. Pero esto se ha realizado en Rajoy. Luego, la respuesta al proceso catalán ha sido el colmo de esta raza de políticos que dio el PP, superfuncionarios, grandes empollones de la ley.

Los abogados del Estado han ejercido realmente… ¡como abogados del Estado! Se han comportado en el gobierno como abogados del Estado, haciendo la ley, interpretándola y además queriendo ejecutarla al instar a los jueces. Han ido al poder judicial a defender al Estado. En su exceso de legalismo han originado una concentración abrumadora de todos los poderes. Un totum revolutum histórico. El sorayismo ha sido eso: abogados del Estado haciendo de “abogados” del “Estado”, tocando a las puertas del poder judicial, ¡pero siendo también el Ejecutivo! y además siendo el Legislativo y empujando, en tanto abogados estatales y casi por deformación, a los jueces a base de recursos y más recursos. El Gobierno ha hablado mucho de leyes. Constantemente. De su realización, naturaleza, cumplimiento, interpretación y aplicación. ¡Pero era el Ejecutivo! ¿Si el Ejecutivo que es el legislativo también judicializa su función? ¿Qué queda por tocar?

El gobierno ha de estar a la ley, ejecutarla. No a lo que digan los jueces. No ejecutar lo que digan los jueces, sino lo que diga la ley. ¡La confusión es absoluta en el Estado-de-derecho-que-nos-hemos-dado!