viernes, 1 de diciembre de 2017

La transición de Pemán

En el Rocío


Hughes
Abc

Participé hace unos días en un acto que la Fundación Cajasol y la Fundación de Cultura Andaluza dedicaban a Pemán. Fue una cortesía del poeta, articulista y algunas cosas más Enrique García-Máiquez. Era en Cádiz, por fin Cádiz. Yo insistí en que no soy un experto, porque no lo soy y me daba mucha vergüenza pasar por tal nada menos que en la Casa Pemán donde se celebraba el acto. He sido lector suyo, solo lector, y hace un tiempo escribí un artículo en el ABC Cultural sobre su obra. Se conoce que tengo cara de leer a Pemán, porque yo no pedí nada ni me propuse jamás como pemanista o pemaniano.

Para hacer ese artículo sin demasiado ridículo me releí el articulismo de Pemán, lo que pude y conocía, y salí de ahí, como se suele decir, “con la mosca detrás de la oreja”. Con la sospecha de algo. Perpetré el texto, y avisé, creo, de una posible nueva forma de leerlo, que no es nueva, ni descubre nada, pero que permite refrescar el entendimiento, algo maniqueo y aberrante, de su polémica figura. Polémica porque de vez en cuando algún escritor arremete contra él y porque le cuestionan las calles, los bustos y honores. Politiqueos, porque a Pemán se le lee ya muy poco.

Para este acto del martes, la profesora Ana Sofía Pérez-Bustamante me pidió que escogiera algunos textos, y yo decidí, puesto que he hecho alguna vez o he intentado algo remotamente parecido al periodismo (jamás al piriodismo, que me cuesta más), quedarme con el periodista.

Decía Antonio Burgos que el peor enemigo de Pemán era Pemán, que todos los pemanes se hacen entre sí un poquito la puñeta. El orador, el poeta, el hombre de teatro.. A mí me gusta el prosista, sobre todo el prosista.

¿Y qué Pemán? ¿El primero o el último? Porque fue longevo y escribió muchísimo. El primer Pemán fue reaccionario y tradicionaista. Ese Pemán nos queda muy lejano, era ya “antiguo” incluso en su tiempo, aunque para mí tiene interés. Tiene interés en la brillante fundamentación ideológica de su postura. España ha de cuidar incluso a sus escritores reaccionarios. Los tiene Francia, Italia, Inglaterra…

Pero el que prefiero, y el que creo que es más “legible” es el de los 60 en adelante. Es a partir del 57, creo, si no recuerdo mal, que Pemán preside el Consejo Privado de D. Juan. Vuelve a la política. Pemán había tomado partido por las dos dictaduras. Apoyó a Primo de Rivera y apoyó a Franco, y después, con los años, ejerció activamente de monárquico en los años 60. El articulismo al que me refiero es ése. En España se está empezando a plantear el futuro, y él está evolucionando. Evolucionando antes que el país, y en el sentido en el que lo hará el país. Quizás prefiera el Pemán constumbrista y el senequista, el memorialista y el de los ensayos andaluces, pero me decidí por esos artículos de los 60 y 70, las terceras de ABC. Ay, aquellas terceras de Abc…

Para mí, las netamente políticas tienen dos rasgos: uno en el vericueto, otro el diálogo. Vericueto porque trata de burlar la censura casi físicamente, de marearla en algún párrafo intermedio para que no llegue al final. Dice sin decir, deja caer. Y diálogo, hablo de diálogo, porque siendo un escritor del Régimen y en el Régimen, no era adicto. Pemán fue siempre dos cosas: monárquico y católico. Baltasar Porcel lo definió como “monárquico, católico y andaluz”, y él, asumiendo la caricatura, como “monárquico, católico y señorito”, porque, decía, señor ya puede ser cualquiera, pero señorito no.

Esas dos cosas las fue siempre, y por ellas tomó partido. Apoyó a Franco para que hubiera una restauración monárquica, y se acercó a la democracia empujado por los avances de la Iglesia en materia social y liberal durante la mitad del siglo XX. Franquista por monárquico, “demócrata” por católico.

Hay en sus artículos, y lo hay más que en los periódicos de ahora, un ejercicio de persuasión, un intento de difusión de sus ideales políticos, de discusión y defensa. Dialogaba con el régimen, en lo que podía y se atrevía, dialogaba con los falangistas, dialogaba con una España joven que monárquica monárquica no era, y dialogaba consigo mismo. En esos artículos se lee el interesante esfuerzo de un escritor reaccionario por acercarse al liberalismo. Esa lucha es muy interesante. Su cambio, su propia evolución. Su mirada constante a las democracias mundiales, y a Europa. Sale mucho esa palabra, diálogo, asumida como virtud cristiana, claro, mucho antes del abuso “consensual” del término.
Lo primero que Pemán le pidió a Franco en sus encuentros fueron “instituciones”. Y es aquí, en la sucesión hecha ley, donde el gaditano hinca el diente, donde más se moja, donde llega casi a exigir. Eran los monárquicos, dueños de la legitimidad, una oposición real, interna. El donjuanismo, Abc y Pemán.

En la preocupación pemaniana por asegurar la restauración monárquica hay un estudio del momento aquél y una comprensión de la actual. La monarquía era para Pemán el instrumento más adecuado para situar al país “con orden” en la zona templada de las democracias europeas. Pemán era tan demócrata como se es en España, es decir, poco apasionado, aunque en sus esbozos constitucionales de los años 30 proponía una interesante separación de poderes.

A continuación he transcrito algunos fragmentos de artículos en los que Pemán prefigura la Transición. O, mejor, describe la prefiguración franquista de la llamada transición.
Vamos a ellos.

Año 1966. Interregno.

“Yo sé que muchos creen que el que propugna en sentido monárquico el futuro de España se entrega a esa idea no como a una solución técnica y racional, sino con una especie de arrobo y paladeo místico (…) Estoy perfectamente conforme en diseñar la conciencia actual hispánica sobre ese tema con esta escasísima dosis emocional, con este parvo bagaje de entusiasmo que me concretaba un amigo hace poco. ‘Yo no soy ni republicano ni monárquico. Pero además de no ser republicano soy antirrepublicano. Y en cambio, aunque no soy monárquico, no soy antimonárquico’. Este diseño, que no es precisamente un himno triunfal, me parece que es el aplicable a muchísimas mentes españolas actuales. No queda mucho más que esa especie de acera negativa y estrecha para caminar casi en fila india y pegaditos en la pared hacia un futuro, que tendrá que construirse luego su propio entusiasmo, puesto que a él se va a llegar por un caminito de enjuta razón. Y como perdonándole la vida: no soy ‘anti’, ‘es lo más que puedo ofrecer’. No queda, en efecto, mucho más que esa utilitaria postura de consumidor: ‘envíeme usted a prueba y sin compromiso el pedido.
(…)
No sé bien si os parecerá poco lucida y orquestada esta exposición de monarquismo. No he tratado de romper en este artículo el tono general de realismo, contemplación tranquila y humana de todos los míos. No han aparecido para nada ni los Reyes Católicos, ni Carlos V, ni el teatro clásico. Es un teorema, no un poema, lo que arroja sobre España una solución monárquica. Para nada he tratado de violentar el dibujo o área sobre el que habrá que edificar el futuro: Europa, socialización, liberalización, evolución ordenada. El plano, dibujado fundamentalmente por la juventud, está intacto. Sino que pienso que la Monarquía gane por estricto concurso la contrata para construir dentro”.

“Es un poner…”. Mayo de 1972.

“(…) Me escriben a menudo apoyando mi aserto de que por la mayor velocidad de la vida se ha cancelado, en gran parte, aquella ley del bandajo que al acabar un período de régimen excepcional tiende mecánicamente a ser sustituido por un excepcional extremismo contrario. Cité los casos contemporáneos: Pompidou, criatura de De Gaulle; Caetano, criatura de Salazar; Balaguer, criatura de Trujillo. Esto defrauda a algunos a los que les divertiría más un tirón vehemente y contradictorio. No creo que se deban inquietar. Estos mismos ejemplos revelan la cantidad de renovación política que cabe dentro de esas mínimas fidelidades con las que hay que contar siempre, como realidades irreversibles.

Pero todavía más. Yo siempre dije que el día en que se levantara un poco la tapa de cacerola no se sabría muy claramente como olería. A mí me da la impresión, casi puramente olfativa, de que los grandes problemas de España –el regional, el lingüístico, el religioso y concordatorio, la mejor justicia social, la estructura administrativa– van a aparecer intactos; revivirán sin haber muerto (…) Se les ofrece la moderación y la síntesis a cargo de la Monarquía. Lo que tienen que explicar al pueblo no es la Monarquía, sino su propio monarquismo, mucho más inesperado que la misma Institución. En conjunto no habrá excesivos tropiezos. Habrá un miedo que parecerá discreción…”

En “La corriente inevitable”, septiembre de 1966.

“Por eso yo pienso que una República en España en seguida se volvería a ser marxista. Y que una Monarquía sería en seguida social, socializadora o incluso socialista: pero marxista, nunca (…) Esa institucionalización que se nos anuncia deberá tomar por el camino social y liberal que han abierto desde Juan XXIII y la “Pacem in Terris”, hasta el Concilio recién clausurado. Y esto sólo se logrará trasladando a las leyes el impulso “personalista”, concordia de lo liberal y social, que es la entraña de la evolución cristiana”.

“Principes y presidentes”. 1972, con motivo de la visita de los entonces príncipes
 a Estados Unidos.

“Perdone usted, querido españolito joven, pero por el momento he ganado yo… Quiero decir que cuando, hace algunos años, yo escribí un libro de doctrina monárquica, “Las Cartas a un escéptico”, se decidió que yo era un señor lunático, trasnochado y de mente calcárea que me movía, a tientas, en la soledad de un pensamiento ucrónico: apenas compartido por el ABC, Ansón, Lola Flores, el marqués de Quintanar y el general Franco. Este último ha logrado cuanto ha querido de los españoles; y uno de sus más difíciles milagros ha consistido en lograr en torno a la Institución monárquica una atmósfera anuente que va desde el asentimiento resignado al entusiasmo lírico (…) El Generalísimo Franco quiso montar una operación dinástica y personalísima en torno a un padre y un hijo, solicitando de cada uno de ellos cometidos dispares que exigen toneladas de discreción y silencio (…) Ha podido montar, más que una sucesión clásica, un “adoptio” a la romana, a nivel de nieto con dos abuelos: uno para suministrarle el prestigio de la Historia y otro para suministrarle el prestigio del presente… (…) ha montado con sutil habilidad todo este mecanismo que esperamos en Dios que logre éxito pleno”.

Y es cierto que Pemán estaba ganando, ya que todo lo había hecho por la monarquía, para devolverla a España. Pemán ganó y perdió bastante. Ganó la guerra, pero tuvo que aguantar la eternidad de Franco, de cuya “duración” hablaba casi en términos bergsonianos; ganó la monarquía, pero no hubo restauración en Don Juan, sino un esqueje borbónico en tronco franquista con D. Juan Carlos. Sobre esto escribió con tono contradictorio, luego con elogio.

Hay un rechazo a Pemán de cierta política de izquierdas que se puede entender, y luego hay un rechazo, un olvido de la España oficial, del tinglado. Pemán yo creo que molesta un poco porque describe mejor que nadie la operación de instauración borbónica de Franco. Lo que tiene de diseño, palabra que usa varias veces. Genialmente recurre a la “adoptio” romana, y la explica en términos de utilidad monárquica. Hay un Pemán profético que acierta en decir que no habrá “ley del bandajo” (péndulo), sino “reforma” y “fidelidad”. Que sabe que los problemas seguirán vivos, exactamente vivos, “al abrir la tapa del guiso”. Y que propone la monarquía como el personalismo para unir liberalismo y socialismo (conciliares, de inspiración católicas). Es gracioso cuando afirma que a los españoles habrá que explicarles el monarquismo que no tienen. Y, añado yo, el antifranquismo que tampoco tuvieron.

Por eso, creo yo, modestamente, Pemán sirve poco, agrada poco. Es otro padre al que matar. Su transición es anterior a la Transición, y ayuda a entenderla mejor. No hubo un estallido democrático de la nada, sino una cerebral operación en la que las razones de la monarquía las daba él. En esos artículos, pues, encontramos una visión más generosa y ajustada, o al menos completa, del hombre público, y un interesante –por contradictorio– escritor político. ¿Ganó Pemán entonces? Ganoperdió, y su gloria de aquellos años se ha convertido en un silencio completo. Pero eso ya es otra cuestión, y esto ya se está haciendo muy largo.