domingo, 24 de diciembre de 2017

La España paleta

Hughes
Abc

“Hay que hablar y escribir bien porque es lo único que nos diferencia de los madridistas”. Este tuit lo escribió La Vida Moderna, un programa de humor de la SER, sobre otro de Isco Alarcón. Ultracorrección prisaica con punto final. Será un académico del grupo, de todas formas, el que nos diga en un futuro si se admite el imperativo sin d final, error ortográfico de Isco además del error imperdonable de haber objetado algo al piriodismo hegemónico (criticó al AS).

(Los mismos nos dicen qué es buen fútbol y qué es buen lenguaje, y cuándo decir algo contra el nacionalismo es facha y cuándo es doctrina constitucional). Me hizo gracia, de verdad, porque me recordó otro tuit de los mismos autores. “Esta noche vuelve el popper a Marruecos”, dedicado a Cristiano Ronaldo después ganar la Eurocopa. ¿Quién podría escribir eso en España sin ser linchado? Humor y comedia es lo que digan ellos que es humor y comedia. Ésa es la definición.

Y cumplen una función marcada: reírse de aquello de lo que nos podemos reír. En España siempre son los mismos. El madridista es su variante deportiva. ¡Ni que hubiese apoyado Isco un golpe de Estado! Lo es el individuo seguramente castellano o sureño, de poca educación, poco sofisticado. Ante todo es un ejemplar humano: el español cateto. Aquello que legitima la antiEspaña (el consumidor de autoritarismo político y madridismo futbolístico). Aquello de lo que huimos, el legado franquista hecho ser humano. La España profunda de la que huir en el laberinto gilipollas de Malasaña. Porque estos cómicos son la hélice del mismo motor político. Un sistema basado en el antifranquismo, pero heredero del franquismo. Sus cómicos saben de quién reírse, y de qué.
Normalmente, del ineducado no nos reiríamos, pero si es madridista sí. O si es de derechas. De joven pasé horas y horas viendo la TV3, que fabricó el modelo: chistes de charnegos por doquier. Los chistosos los exportó y ahora son el establishment cómico televisivo nacional, pero también exportó el sistema. El humor esculpe el tipo humano que hay que superar hacia una especie de engreído ignorante que habla haciendo los ruiditos de Guardiola, en el idioma de las traducciones de Anagrama, con pinta de sujeto perdido en una terminal de aeropuerto global y dando lecciones de democracia e ilustración a todo el planeta. Neutraliza acento y origen a menos que sea de un lugar “histórico”.

El humor es poder no sólo por eso. Es que para hacerlo es necesario (además del talento que se les reconoce) la licencia. El chiste del Popper lo puede hacer el progre de turno. Si lo hubiera hecho uno de Intereconomía sería un escándalo para el movimiento. Habría lapidaciones arcoíris. Lo hacen en la SER y oye, chico, corramos un tupido velo. Por eso es político, y porque define lo risible y lo risible responde a algo. Huye de algo y persigue algo. Me recuerda esto un libro publicado este año, el “Manifiesto redneck” de Jim Goad. Un grito de mala hostia y humor de un redneck harto del puto progre americano, el demócrata, que le dice cómo no ser blanco y cómo ser pobre y que olvida muy gustoso las diferencias de clase para, a mayor gloria de su conciencia, establecer todo tipo de fronteras identitarias. “El redneck se convierte en el negrata de América”, dice su autor, y lo es porque es el único del que se pueden reír. La “basura blanca”.
Los progres adinerados urbanitas y encantados de conocerse externalizan su culpa en ellos. Del paleto americano se ríen en todas las series y películas; son asesinos, drogatas, nazis, intolerantes, se follan a sus hermanas y a sus hijas, son casi monstruosos. Están fuera del mapa de la “corrección política”. En una región donde no llega la empatía, y de alguna forma se lo merecen. El libro se escribió a finales del siglo XX, pero anticipaba el triunfo de Trump, con sus millones de votos de culo gordo y pelo rubio, llenos de colesterol, rabia y quizás bastantes razones. Esa proeza democrática que los pedantes y los jetas y los jetas pedantes de todo el mundo prefieren olvidar.

En España, salvando las distancias, tenemos nuestros propios rednecks. De un madridista te puedes reír. De un derechista, o de un cateto. De un torero, de Ortega o de Padilla, de una mujer en política si es derechas, de un agricultor si es ignorante y tiene pinta de españolazo. El humor en España tiene una zona reservada, una especie de coto donde la broma se permite. Los chistes de Aznar inauguraron una rama del show business. De ZP no se reía ni Dios hasta que Serrat nos dijo, ya muy tarde, que fue quien le echó de la política.

El objeto humorístico español siempre es un andaluz o un manchego, o chonis, canis, omaitas de los morancos. Curas o peperos, los gangosos de ahora. En realidad, hacen el mismo chiste de Arévalo, solo que con otra gente. Carne de cañón televisiva para las productoras instaladas en Barcelona. La telebasura la pone Cataluña, la “basura” necesaria ya sabemos quiénes. Décadas picando carne con ignorantes de barriada o aborígenes agro desde Barcelona o desde el Madrid intraM30, o, “si ya se es muy de izquierdas”, vallecano, que es como el único barrio que hay en España. No hay otro. Los demás somos de extrañas aglomeraciones urbanas sin personalidad definida. Sin conciencia, sin sensibilidad. Atropellamos a los mendigos en lugar de echarles un euro. Somos así.

Yo podría hacer un libro sobre la definición de madridista desde Arús hasta Roncero. Pero jamás me lo pedirán las revistas ilustradas del fútbol. Y francamente, ya se me han quitado las ganas. El fútbol es lo de menos. El español-del-que-te-puedes-reír se tendrá que comer un régimen de desigualdad, de dos o tres Españas, de supremacismo latoso e infecto. Toda esa gente que es “diferente” y que de quien se quiere diferenciar es de él. Como si no sufriese en sus carnes, antes y más que nadie, todo lo atroz que haya en la política española, sus élites insufribles y su postfranquismo sin Franco-pero desde Franco. Nos dirán que es Madrid, pero va asociado el tipo humano. Lo risible es aquello de lo que se tienen que diferenciar. Lo que legitima todas las “singularidades”. La España paleta es el correlato humorístico de la España Vacía. Inmigrantes que han de asumir un perfil de modernidad urbana, racional e ideológica que no cae del cielo precisamente, cambiando aspecto, costumbres y en ocasiones hasta el idioma. El traje humano ya sabemos dónde lo fabrican.

Quizás esto lo pienso como parte de esa España cateta. Y es sólo mi susceptibilidad.

En cualquier caso, feliz Navidad.