domingo, 1 de octubre de 2017

Los benhures de las mulas sacan a Perera por la Puerta Grande

Perera brindando al publico con su vestido alicatado de aire mejicano
  

José Ramón Márquez

Hoy la vuelta de los lisarnasios a Madrid. No fallan. Otro día de la marmota lisarnasia con sus pitoncitos blancos y su actitud perruna, de perro de aguas de una marquesa de Serafín. Es que no hay temporada que no nos echen este descastado ricino salmantino, calderilla ganadera que nos mandan desde el Puerto de la Calderilla de manera inmisericorde y con un empeño digno de mejor causa. Pasan los empresarios por Madrid, Manolo Chopera, los Lozano, los Choperón Father & Son y ahora el prestidigitador Domb y aquí no para de caer la pedrea de los lisarnasios. Por lo menos con Manolo Chopera, que fue su introductor, o salían mansísimos o salían dando bocados, ganadería torista podríamos decir, y hasta se esperaba con expectación la tarde de los del Puerto de San Lorenzo, que nos íbamos al Batán a mirarlos, a ver de los que habían mandado cuáles salían más en Lisiado, cuáles más en Atanasio. Diversiones juveniles. Con el devenir de los años estos del Puerto se han han ido quedando como unos cacho de tontos que no se merecen casi el nombre de toros; hoy era deplorable ver a Perera andando por la Plaza a ponerse para citar y el infeliz del torejo andando tras él como un perro viejo y baqueteado detrás del amo a ver si le echa algo que llevarse a la boca. El año pasado, en otoño, saltó la sorpresa y salió una corrida dura, bronca y exigente al estilo de las de hace cerca de cuarenta años, pero por lo visto hoy las aguas sanlaurentinas ya han vuelto a su cauce y los seis infelices que mandaron a Las Ventas estaban dentro del más previsible patrón lisarnasio con sus dosis de mansedumbre de volver grupas y salir de naja, sus embestidas tontunas y sin intención y sus fuerzas tasadas en una escalera de pesos y medidas que iba desde los 493 kilos de una especie de rata negra llamada Ventanero, número 58, hasta los 633 kilos de un tren de mercancías que atendía por Malvarrosa, número 105. Al pobre de San Lorenzo le asaron los despiadados romanos en una parrilla y estos deleznables toros puestos bajo su advocación parece que demandan como fin útil de su vida no el ridículo que hacen en la Plaza sino las ardientes brasas de leña de encina. La madre de San Lorenzo, natural de Huesca, se llamaba Paciencia y he ahí la clave del mensaje que contiene el nombre de esta ganadería, que tanto tiempo lleva abusando de forma muy poco misericordiosa de la paciencia de los espectadores que llevamos en nuestras espaldas muchísimas más corridas de este deplorable Puerto que las que hubiésemos querido ver.

Hoy anunciaron con los del Puerto a Miguel Ángel Perera, Juan del Álamo y López Simón. Otro cartelazo made in le producteur.
Perera confirmó en Madrid en la Beneficencia de 2005 con un toro de Jandilla, qué merendilla, de manos del gran César Rincón. Con que se hubiese fijado un poco en los modos y maneras de torear de su padrino de confirmación estaríamos sin duda hablando de otro torero, pero por comodidad o adocenamiento puso su mirada en las negras aguas del toreo hacia atrás, el torero en que ni importa  la posición del torero al hacer el cite, ni el viaje que lleva el toro ni nada que no sea la ligazón, el temple. Toreo de continuidad que embelesa a cierto público y que precisa de la ayuda de un toro bobo y colaboracionista. Esas circunstancias se dieron en el primero de la tarde, Caracorta, número 127, que no aparentaba los 592 kilos que le asignaba la lotería de la tablilla y que poseía una actitud absolutamente a favor de ponerse a las órdenes de Perera para secundar sus ventajistas propuestas. Perera se hincó con el toro de pegarle mantazos y como el animal era amable y repetidor la gente se fue emocionando, y lo mismo muchos pensaban que torear esa eso. Toda la labor de Perera estuvo basada en la más firme sujeción a lo antes dicho: falta de colocación, cite alevoso con el pico, descargar la suerte todo lo posible, no quebrantar al toro en modo alguno y, entre medias de todo eso, como esos relojes parados que dan bien la hora dos veces al día, un par de naturales de magnífica factura y un cambio de mano inspirado y elegante, como para decir “si quiero, puedo, lo que pasa es que no me da la gana” El toro, de condición tan bobuna, era de lío grande y a Perera se le fue sin torear en una faena larguísima en la que le tocaron un aviso. Al final el toro cantó la gallina y se desentendió del torero volviendo grupas, acaso viendo que su generosa embestida había servido para tan poco. Luego, tras una estocada atravesada y dos descabellos las gentes comenzaron a pedir la oreja, petición de poco fuste, y la cosa se incrementó algo tras la deleznable actuación de los benhures de la mula que se olían la propinilla y usaron de las consabidas cucamonas ya harto conocidas, hasta que la débil voluntad de don Justo Polo sucumbió, sacando el moquero acaso temeroso de que los portales taurinos le censurasen como suelen. A fin de cuentas, con la que hay liada en el noreste, qué más da sostener la dignidad de un palco de una Plaza de Toros, pensaría. La cosa es que Perera se fue a su rincón con una oreja que, en puridad, les debe a los benhures más que a sus méritos toreadores. Y sobre esto de la petición permítasenos una digresión sobre los pañuelos: ¿Cuánto tiempo hace ya que no se ve la Plaza como un cazo de leche hirviendo en lo que es una petición mayoritaria de verdad? Es harto triste irte a casa con una oreja que te dieron los mulilleros. El segundo de Perera le brindó la ocasión de juguetear con el público y tratar de afirmar este 1+1 que en Madrid abre la Puerta Grande. Comenzó la faena por pases cambiados y por tres veces se fue lejos del toro para darle fiesta y hacerle galopar. El animal, hasta que se hartó, embestía con sinceridad ausente de malicia y cuando se hartó ya no quería más que le dejasen en paz.  Después de un pinchazo y una estocada el bicho se echó y la segunda oreja se fue a su esportón, cosa que le puso la mar de contento. Luego, cuando le sacaban a hombros los capitalistas, alguien le dio una bandera y enarbolándola atravesó la Puerta Grande y ahí es donde recibió los más sinceros y cálidos aplausos.

Juan del Álamo quiere practicar lo mismo que Perera, que no nos vamos a poner pesados explicando el tedioso toreo contemporáneo, lo que le pasa es que no le sale. Los mismos modos, las mismas trazas que con Perera ponen al público cachondo, con Del Álamo no son capaces de que manen los aplausos ni los ¡bieeeennn!, expresión que en estos tiempos ha sustituido al vetusto ¡ole! Ni con su primero, el único toro del encierro que mandó al tendido un cierto aire de peligro, ni con su segundo, que era el tren de mercancías Santa Fe Railroad, Juan del Álamo fue capaz de llevar el agua a su molino.

Y luego López Simón, que tiene ya casi tantas Puertas Grandes de Madrid como César Rincón de las que no se cuerda nadie, ni un muletazo en la memoria, que ya tiene mérito. No sé qué le pasó al hombre que le dio una pájara en San Isidro o cosa así, que no me voy a ir a mirarlo, pero hoy se le vio muy animoso. Ahora le lleva Curro Vázquez, ese Juan Palomo empleado de Monsieur Domb que lo mismo está en el burladero de la empresa que en de los apoderados, que en un agasajo postinero. Bueno pues López Simón, Barajitas, que ahora es Adolfo Suárez, vio como echaron al averno a su primero, que lo mismo que lo echaron lo podían haber dejado, para que saliese un sobrero cinqueño de Santiago Domecq. Ahí se puso López Simón en su registro más facilón, que es el de las cercanías, que esa es la receta que le ha ido sirviendo para sus innumerables y olvidados triunfos, pero bien sea porque el toro no transmitía sensación de peligro, bien porque esos medios pases de uno en uno y sin ligazón no sintonizaban con las gentes, su labor quedó en nada. Cuanto más se empeñaba López en lo cercano más le decía el pupilo de Santi Domecq que nanay, y así se fue pasando el rato. Su segundo llegó al último tercio con una condición huidiza y muy poco fija. López Simón lo sujetó magníficamente a base de unos doblones de gran eficacia y corrigió perfectamente el defecto del toro, luego desgranó una faena basada en lo mismo de todos, que fue calando en el público más festivalero, en la que todo se basó en la ventaja, el truco y la ausencia de verdad. Si no llega a ser por la estocada hilvanada haciendo guardia que metió hasta le habrían pedido la orejilla barata, barata.

Una vez más la torería de la tarde quedó justificada en manos de los peones de brega. Javier Ambel, de la cuadrilla de Perera dio una lección práctica de cómo se brega a un toro ahormándole, capoteando con una perfección extraordinaria de puro toreo, mano de hierro en guante de seda, y luego se gustó cuando se llevó a una mano al toro hasta el burladero del seis sin apreturas y gozando de su suficiencia y su buen hacer. Curro Javier, también de la cuadrilla de Perera, anduvo muy bien con el capote. Se merece un aplauso el extemeño por la cuadrilla que lleva.

 ¡La madre que lo parió!

Rosicler otoñal