sábado, 21 de octubre de 2017

Aitor



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

La historia, dice Ortega, quien siempre parece escribir en la barra de Embassy, es, como la uva, delicia de los otoños. Y achaca la peculiar idiosincrasia española… a la “alcoholización romanística de los godos”, y me figuro a Juncker, el chisposo ordenanza romanístico de la goda Merkel, cantando “Soy de la raza mora, vieja amiga del sol” en El Garlochí de la sevillana calle Boteros.

“¿Raza mora?”, protestaría Albornoz: “No. Sevilla fue vaciada, así, vaciada por San Fernando. Lo declara Al-Himyarí. Y fue poblada… ¡por gallegos! El sol andaluz y el correr de los siglos los ha hecho… ¡sevillanos!”

Madame Curie, de regreso de un viaje a Andalucía, confesó que de haber nacido allí no habría descubierto el “radium”.
Ni el genetista Arzallus el RH negativo de su tierruca, Caristia y Vardulia, a cuyos caristios y várdulos predicara Sabino Arana la mala nueva de llamarse Pérez (“De su alma y de su pluma”, 1932):

A los catalanes les place que hasta los municipales aragoneses y castellanos de Barcelona hablen catalán; aquí padecemos muy mucho cuando vemos la firma de un Pérez al pie de unos versos euzkéricos, oímos hablar nuestra lengua a un cochero riojano, a un liencero pasiego o a un gitano, o cuando al leer la lista de marineros náufragos de Bizkaya tropezamos con un apellido maketo.
Por eso la extrañeza del grito del hombretón del PNV en el Congreso, Aitor Esteban Bravo (Bravo por mamá, natural de Soria), contra el valenciano Cantó, que denunciaba el adoctrinamiento separatista de los niños en la escuela.

¡Rashista!
Lo gritó con la “vehementia cordis” española que enamorara a Plinio, la misma con que, de chico, un confesor de Pamplona te gritaba “¡Onanishta!”

Parece ser que don Aitor, que tampoco es el abate Sieyes, figura entre los cocinillas de la partidocracia en la comisión constitucional de constituidos metidos a constituyentes que se lo montan de constitucionarios para acometer la cuadratura del círculo en la Carta Otorgada del 78.