viernes, 14 de abril de 2017

Viernes Santo



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Viernes Santo es Silencio.

El universo del cristiano católico, dice Bergamín (“La callada de Dios”), es eso: revolucionaria música celestial que el incrédulo no percibe, porque, más allá del silencio eterno de los espacios infinitos que lo espanta, no siente esa armonía luminosa de la revolución de los astros, imagen aparente de la callada música del Universo, que es una respuesta profunda, silenciosa, de Dios.

Porque hay silencios y silencios.
Silencios de muerte, como el de Hamlet. Silencio de signo negativo. Mortal. Silencio que espanta. (Pascal se curó de ese espanto por la fe y con el tiempo: del espanto, silencioso, de los espantos infinitos). Se curó por la fe, por ver lo invisible, por oír lo inaudito (o como diría el apóstol: por ver con los oídos).

Y silencios de vida, de signo positivo, como el afirmativo de Dios.

Son estos dos silencios los que polarizan el pensamiento, entre la plenitud del silencio divino y el vacío silencioso, mortal, de nuestra zozobra temporal.

Todo esto es música celestial. Inexistente para el indiferente religioso.

En Francia se dijo que el catolicismo era la forma más elegante de la indiferencia religiosa, y Bergamín se queda con la copla para aplicarla a “la sedicente religión de la mayoría de los que se manifiestan pública y políticamente como católicos en España”. Para esos españoles, dice, el catolicismo es la forma más inelegante de la indiferencia religiosa:

La más chabacana y mentirosa o hipócrita, cuando no supersticiosamente estúpida; el antifaz picaresco de intereses bastardos, por políticos, o comerciales, con los cuales la propia política o mercadería se corrompe y corrompe todo lo que le rodea.
Hoy, 14 de abril, no faltarán “indiferentes religiosos” tratando de mezclar el silencio de los velos morados del Viernes Santo (dolor, penitencia) con los ruidosos moretones de la “enseña investida por el sentir del pueblo” que decretó “el alzamiento nacional contra la tiranía”.