martes, 18 de abril de 2017

Un ! solitario



Hughes
Abc

Además de los cambios evidentes en la política internacional, algo esencial en Trump se ha transformado. Twitter era uno de sus medios de expresión favoritos y en su cuenta se perciben cambios inquietantes. Según el Washington Post, Obama usaba las exclamaciones en un 22% de mensajes, Trump en un 59%, pero desde la elección el ritmo ha cambiado y además ha dejado de repetir los signos. Ya solo uno (!), reglamentariamente, y no una sucesión nerviosa (!!!!!!). Nerviosa o pletórica. Porque se criticaba esa licencia ortográfica, pero era parte de su encanto. En algún sitio leí que era el estilo de alguien entre la crisis religiosa y la crisis nerviosa. Era evidentemente, una forma más de apelación emocional. Pero en Trump esos mensajes eran algo más. Recuperaban la hipérbole, la hilaridad, una comicidad muy personal. Ya no usa “loser”, ni repite tanto la palabra “jobs”. El “loser” era una categoría, una oposición fundamental. El “loser” era una decadencia del carácter. El “job” era el objetivo de su populismo, y su clave interpretativa: la corrección a corto y medio plazo de los trastornos derivados de la globalización. Pero eso ya no está. Ahora dice de algo que es “incorrectamente indicado” en lugar de que es mentira, o “fake”. No sólo es una pérdida de tono, es una pérdida de energía. El trumpismo no llega igual si llega a medio gas. Falta el núcleo de exaltación, la energía del movimiento. ¿Lleva él su cuenta? Sigue exclamando y aún acaba con palabras en alto (el famoso “sad!”) pero ya no es lo mismo. No suena igual.

La hilaridad trumpiana era clave, era la inteligencia y el guiño de su populismo. ¿Cómo iba a ser tan malo algo voluntariamente risible? El chiste que hizo de McCain y su heroísmo fue fundamental: era casi sacrílega la forma que tenía de reírse de un héroe nacional. Era ese Trump que iba a darle la vuelta a algunos valores, a algunas categorías. Un irreverente, un clown contra el establishment. Pero ya no lo vemos. Sólo lo he encontrado en dos recientes imágenes de Pascua. En una, escuchaba el himno junto a Melania, que le tuvo que dar un codazo para que se pusiera la mano en el corazón porque andaba alelado. Su rostro estaba recorrido, lleno, por una sonrisa bobalicona de media luna. El americano típico. Homer, John Candy. Parecía ido, flipando en un trip de azúcar. La otra imagen que me hizo recordar la antigua hilaridad trumpiana (era la hilaridad vs Hillary) la vi en una firma de gorras. Un niño le daba la suya para que se la firmara y Trump, ausente, al firmarla no se la devolvía, sino que la lanzaba al público. ¿Pero y el niño? ¿Cómo se puede ser así? Era cómico de un modo extraño, porque recordaba a aquella otra vez en que expulsó de un mitin a una madre con el niño, pero también había algo desasosegante. Extraño hasta una insensibilidad inhumana, casi robótica.
Las dos imágenes tienen algo en común. Es un Trump ausente, zombi. Un Trump al que Melania ha de rescatar, o que decide olvidar u olvida sin más al niño que le dio la gorra (el gesto menos popular del planeta). ¿Qué clase de persona deja a un niño sin firma y además sin gorra?

Trump no es Trump. Parece otro. Iba a ser el elemento persuasivo para una revolución y ahora parece ir montado en una energía ajena: alguien tan desconcertante como para hacer posible el gran giro hacia lo que allí llaman centro (que hasta el momento es bombardeo y unilateralismo). El Trump actual parece un reo del Deep State. Un falso Trump. No parece un rebelde, alguien que fuera a poner los pies encima de la mesa, sino alguien de estilo imitable, pero apagado, y dócil en lo desconcertante. Antes era desconcertante, pero de otro modo. A mí me ha recordado al cantante Drake. El estupor de Drake. Pero sin su salida rompedora y genial. El actual Trump no parece Trump. Está disminuido, poseído.

Hay que estar atentos para ver dónde se fue la energía trumpiana, dónde quedó la voluntad trumpiana. Los tuits de Trump son una suplantación. La familia de Trump ya no es el grupo de invitados naif que salía al final de la función paternalista, sino un conjunto de imprevistos protagonistas. Y la misteriosa psoriasis de Bannon ha sido sustituida por un coro de neocones. Pero la clave es Trump. ¿Dónde está su enfado? Es como un autócrata hiperglucémico. Estaba enfadado, furioso con el Deep State y desde entonces… es una sonrisa abúlica. Un ! solitario. Un nuevo tono presidencial, que no es el suyo, y un imperialismo desconcertante. Es la carátula grotesca de una energía distinta. ¡No la energía popular! ¡No la energía de sus americanos del MAGA! El Trump actual es, no el rostro del populismo, sino otra cosa. Remata flácidamente una energía que no se sabe de dónde viene.