jueves, 19 de enero de 2017

"Silencio"



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

La película “Silencio”, de Scorsese, es, como todas las suyas, asombrosa, y, si no, tratemos de imaginar esa historia en manos de Trueba y, en vez de Andrew Garfield, Luis Tosar.
Es el caso de unos jesuitas portugueses en misión por el Japón heroico y xenófobo (aquí sí) del XVII, donde son obligados, so pena de martirio, a apostatar: sólo han de poner su pie descalzo sobre una imagen de Cristo en el suelo, y todo les será dado.

Podría ser una metáfora de nuestra Santa Transición, cuando, en aras del consenso, veías a unos poner el pinrel sobre la estampa de Franco, y a los otros, sobre la estampa de Stalin, los dos contendientes de la guerra civil. Es una imagen que se te queda, y fue una cosa tan general que yo creo que la moda de ir en chanclas por Madrid viene de entonces.

Mi padre, hoy, no podría rodar “Plácido”. El productor le exigiría a Mario Casas y más ternura –dijo ayer el hijo de Berlanga.

Ternura… e igualdad, el tótem de nuestro tiempo.

La igualdad es una ideología falsa y, por tanto, objeto de promoción política. Es la igualdad totémica de Bárcenas y Pujol o de Rita Maestre y los de la librería Blanquerna. Un Pujol no va a la cárcel “porque tiene familia”. Los de la librería Blanquerna van a la cárcel porque lo suyo “entraña intolerancia hacia la ideología catalanista”. ¿Cómo discutirle al Supremo la superioridad moral del catalanismo ante el cristianismo?

El cristianismo puede ser odioso (ahí está Rita), pero el catalanismo, dicho por José Antonio Primo de Rivera, no pasa de ser un sentimentalismo orteguiano.

“Odio”, tiene dicho Roger Scruton, es un equivalente a la “bruja” en el Salem del XVII (mismas fechas, ay, del “Silencio” de Scorsese):

En todas las causas a las que se adscriben los optimistas sin escrúpulos se tiende a acusar a los oponentes de promover el “odio” y de esgrimir el “discurso del odio”, aunque en realidad estos adversarios sean el objetivo del odio y no sus promotores.
Ave, tótem.