miércoles, 11 de enero de 2017

Emociones



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Un amigo arquitecto ha recibido un encargo que hubiera vuelto loco al doctor Esquerdo: construir un Cuarto Emocional, una especie de boite (como las paradas-bus que Siza le colocó a Gallardón en Madrid), pero insonorizada, donde los locos puedan gritar como locos para desahogarse, ya que no quedan huecos en las tertulias.

Vivimos en un grito, que es vivir en la emoción. Meryl Streep emociona a los globeros de oro con el cuento de que Trump parodió a un periodista discapacitado: es una patraña infecta, pero… ¡resulta tan emocionante! Además, Streep lo hace por la bondad universal: parodiar el aspecto físico de otro, viene a decir, genera violencia, salvo que la parodista sea ella, que parodió el aspecto físico de Trump y nadie en su sano juicio ha relacionado con su parodia el video de Chicago (un joven blanco torturado por cuatro jóvenes negros gritando “Fuck Donald Trump!” “Fuck white people!”).

Dama de tan acrisoladas virtudes como esta despechada amiga de Hillary representa nuestra ilustración, que ya no es más (en palabras de Botho Strauss en “El canto creciente del macho cabrío”) que la “convención saturada del protestantismo intelectual”, la “barata magia de la liberación”, la “subversiva cursilería sentimental”.

A Montesquieu muerto, Rousseau puesto.

Montesquieu (la libertad y la razón) fue un fogonazo de magnesio en América por cuenta de (¡aquélla sí!) la generación mejor preparada de la historia.

Rousseau (la igualdad y el corazón llorón) es el punto G del señoritismo (en oposición a “populismo”), este moralismo a meñique levantado que la revolución francesa implantó en la Europa que fascina a la izquierda cosmopolita de América, que tampoco ha leído a Rousseau (autor que como funciona es de oídas).

Desconfiad de esos cosmopolitas que van a buscar lejos en sus libros los deberes que desdeñan a su alrededor –se lee en el “Emilio”–. Un filósofo así ama a los tártaros para no tener que amar a los vecinos.
O sea, Hollywood.