lunes, 7 de noviembre de 2016

Los postfactuales



Hughes
Abc

La incorporación estelar de los maravillosos politólogos a las tertulias ha obligado a un tácito pacto con los tertulianos.

El politólogo rebaja mucho el alcance de su saber. Se limita a no discutir las raíces de los asuntos (salvo con Trump), y a usar un vocabulario técnico y, sobre todo, gráficas.

La debilidad de ciertas ideas se ilustra bien por la necesidad de que un individuo en bata las defienda con una gráfica descendente.

El tertuliano, ante esta fulgurante aparición, se ha tenido que adaptar asumiendo algunas de sus palabras.

Es un pacto: tú dices consenso, yo digo postfactual. A mí me recuerda a un digital, pero es la palabra que abre los cielos de la respetabilidad opinativa.

-Esto es postfactual

Yo no sé cuándo las cosas y las opiniones dejaron de ser factuales, si lo fueron los no global de los 90, o los comunistas de los 80, pero bueno, lo asumiremos como inevitable dado que hay cosas como “postverdad” que son aún peores.

Acepto “postfactual” y acepto a los “postfactuales”.

Estos días ando impresionado con otra palabra. Con el abuso de la “conspiración” y la “conspiranoia”. Se ha rebajado muchísimo el nivel de lo exigible para usarla. Se dice que los de Podemos recurren a ella. Yo no soy muy sospechoso, pero llamar conspiración a la injerencia “exógena” en el curso político del PSOE o al oportuno tráfico de dossiers me parece abusivo.
Conspiranoia podría ser, si entramos, las teorías de los vínculos con las élites satánicas en la candidatura de Clinton.

O sea, en su esfuerzo por limpiar el relato oficial de la acusación populista sobre las élites, algunos olvidan que existen (élite es Soros, no tú, tertuliano humanísimo hiperventilado). Que existen las élites, y los espacios informales, no públicos, donde algunas cosas pasan.

Hombre, saberlo lo saben, porque las buscan denodadamente. Madrid es cenáculo.
No creo que las quejas podemitas sobre los intentos de los grupos de comunicación sean “conspiranoicas”, sinceramente.

Ni siquiera el wikileaks, porque eso es real. Tan real que ha tenido que salir Comey (Come on, Comey, cantarían los Manhattan Transfer) a hacer la aclaración de urgencia antes de las elecciones.
Conspiranoia es pensar que a JFK lo mató una asociación de filatélicos que quería cambiar el curso de la historia para conservar el valor de sus sellos.

Y la conspiranoia es casi una moderna forma literaria. Una cosa muy seria para devaluarla. Es pynchoniana, cibernética, ingeniosa y es de lo que hablamos las noches de invierno en que nos desvelamos.

También es lo que te dicen cuando te quieren volver loco.

Para ser conspiranoico antes había que impugnar la llegada a la luna, ahora sólo hace falta decir que Clinton aceptaba dinero de Qatar y que probablemente Obama lo supo en algún momento.

De fondo, tristemente, hay un esfuerzo ya indisimulado para que todo sea “factual” y que lo “factual” sea, evidentemente, lo expedido por canales homologados.

Cualquier intento explicativo que no pase por ahí empieza a ser considerado conspiración.
Pero esto… ¿a qué nos lleva? ¿Qué nos recuerda?

Incorporemos a la Corrección Política (las medidas del verso en que nos habremos de mover, el haikucillo de Iceta) estas dos hermosas palabras.