miércoles, 28 de septiembre de 2016

Hoc Est Enim Corpus Meum

La Koré de los ojos almendrados
Hacia 510 a.C.

Jean Palette-Cazajus

(Primera Parte, el Desnudo)

La necedad y la ceguera de las reacciones “tolerantes” y “comprensivas” frente al esperpento del oscurantismo indumentario, ocultaron en el fondo una renuncia mucho más esencial. Nos dieron ocasión de  comprobar cuan numerosos son quienes parecen haber olvidado el  protagonismo medular del cuerpo humano en la historia de Occidente. Hablo de su excepcional visibilidad, desnudo, en el arte y el pensamiento. El cuerpo del hombre y el cuerpo de la mujer. Para calificar un estado ambiguo y siempre interrogante hemos venido usando dos palabras casi excluyentes: desnudez y desnudo. Es probable que la primera no existiría sin el cristianismo. Nos la legó el episodio fundacional descrito en Génesis 3:7 : «Y fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos». La “desnudez”, literal y metafóricamente, expresa la vergüenza y el pecado y connota situaciones de carencia y desamparo. En cuanto al “desnudo”, no existiría sin los griegos y participa de la fundación de nuestra armazón ética y filosófica.

Cánones de Policleto y Lisipo

El desnudo entre los griegos fue al principio exclusivamente masculino. En la estatuaria arcaica, a partir del siglo VII a.C,  los «kuroi», los mozuelos, son desnudos, mientras las muchachas, las «korai», seguirán vestidas hasta casi finales del siglo V a.C. Cuando, hacia mediados del mismo siglo, Protágoras enuncia que «el hombre es la medida de todas las cosas», pone palabras a una representación inimaginable hasta entonces y que permanecerá inimaginable para el resto de las culturas. El desnudo humano acompaña e ilustra la elaboración de los grandes conceptos por los presocráticos y les confiere concreción visual. El Ser, Einai; la Esencia, Ousìa; la Verdad, Aletheia. Seguidamente, Platón (427- 347 a. C.) definirá lo Bello, Tó Kalón,  como la única categoría de Ideal asequible a la experiencia de los sentidos, y Tó Eidós designará la forma-idea, la que se abre a la intelección. Ambas palabras hacían implícita referencia al valor modélico del cuerpo humano. Es decir que el desnudo ideal se convierte en un arquetipo que compite con el aura de la divinidad. 550 años después de Platón,  Plotino insiste: «Hay en la naturaleza un Logos que es el modelo de la belleza que hay en el cuerpo». En la «Crítica del Juicio»,  Kant proclama que no hay mayor ideal de belleza que el de la forma humana. Y algunos decenios más tarde Schelling vuelve a las raíces: «la forma humana es la expresión del alma y de la razón».

El hombre de Vitruvio y el número aúreo

Son conceptos que han sido fundamentales hasta hoy para nuestra estructuración intelectual. Pero conceptos desconocidos en el resto de las culturas. Olvidémonos de las cacareadas estatuillas de los templos hindúes que sólo cumplen un funcionalismo erótico. Tan importante cultura como la tradicional china ignoró, por su parte, el concepto del Ser como desconoció los de Individuo y de Sujeto. Tampoco llegó a pensar la categoría de la Libertad y eligió otra sabiduría, la de lo indefinido, del fluir de las generaciones y de la permanencia jerárquica bajo la Ley del Cielo. En su obra, densa y sutil, que confronta Occidente con Oriente, el filósofo y sinólogo François Jullien explicó por qué era imposible la aparición del desnudo en el contexto del Imperio del Medio. Lo que los chinos eligieron no pensar, el textualismo musulmán prefirió olvidarlo muy pronto, mientras el Cristianismo mantuvo con las categorías griegas una eterna relación de amor-odio. Cuál hubiese sido nuestro destino si los Doctores de la Iglesia, al optar por el crucificado de Antioquía contra el de Jerusalén, no hubiesen instalado encima de los altares un desnudo doliente que, al hilo del Renacimiento, volvería a parecerse cada vez más al canon griego; si los purpurados postridentinos hubiesen logrado imponer más rotundamente la ideología de la hoja de parra; si el Renacimiento se hubiese quedado en un paréntesis finalmente olvidado... Es probable que algo parecido al tétrico burkini fuese hoy el traje de baño oficial de la Cristiandad y de la poscristiandad.

Picasso
Mujer desnuda reclinada
1932
Revelación del Ideal a través de la Forma, epifanía del Logos, el cuerpo humano desnudo se convirtió en un canon de referencia que   vino a confundirse definitivamente con el mundo del número y de la proporción. Nos acordamos del famoso canon de Policleto y de Durero, que llevó al extremo la matematización de las proporciones humanas. De Leon Battista Alberti que teorizó, en Florencia, una belleza conforme a “unas determinaciones de número, de proporcionalidad y de orden” acorde con “la ley absoluta y soberana de la naturaleza”. De Leonardo, lector de Vitruvio y redescubriendo que el hombre es medida y medición de todas las cosas empezando por sí mismo: “cuatro dedos hacen una palma, y cuatro palmas hacen un pie, seis palmas hacen un codo, cuatro codos hacen la altura del hombre. Y cuatro codos hacen un doble paso, y veinticuatro palmas hacen un hombre”. En ese momento iniciamos el camino hacia la constitución de una ciencia objetiva de la naturaleza basada en la necesidad y la universalidad de sus leyes.

Del desnudo humano brotaron así la vocación de conocimiento y los prolegómenos del espíritu científico moderno. Los únicos y bastos cuerpos desnudos que aparecían en en las tablas medievales pertenecían a los condenados, en las figuraciones del  Juicio Final. El retorno renacentista de la grandeza del desnudo es inseparable de las primeras disecciones de cadáveres. Solo el conocimiento experimental de la anatomía propiciará la aparición de Leonardo y Miguel Angel y permitirá la construcción de desnudos armónicos y sublimes. No existe símbolo más fuerte del nuevo antropocentrismo moderno y de la nueva fe en el conocimiento del hombre por el hombre. Se establece una frontera entre autonomía del saber y heteronomía de la creencia, entre los viejos tiempos de la respuesta heterónoma y la nueva era de la pregunta autónoma.

Tiziano (h. 1515)
Amor sacro y amor profano

El canon de belleza corporal, desde Policleto al Renacimiento, fue el masculino. Sin embargo, el desnudo se irá feminizando cada vez más al hilo de los siglos. Evolución capital que se articula en la compleja relación entre las dos nociones fundamentales, la Desnudez y el Desnudo, que hemos separado arbitrariamente para mejor comprensión. Si la ocultación física y social del cuerpo femenino nunca fue preceptiva en el Cristianismo, ni alcanzó los niveles de radicalidad del Islam, no es menos cierto que rigió entre nosotros hasta no hace más de dos o tres generaciones. Todo desnudo femenino conlleva así históricamente la huella primordial de una efracción. La dimensión erótica del desnudo femenino depende de su proporción de desnudez. La desnudez es la que incita a un erotismo siempre latente que el desnudo se encarga de paralizar para recuperar su patente vocación de ideal y de esencia.

 Quien contempla el cuadro del joven Tiziano, titulado “Amor sacro y Amor profano”,  pronto entiende que el hermoso desnudo solo puede “encarnar”el Amor sacro. La Verdad ha sido especialmente metaforizada entre nosotros como “desnuda” y como “desvelada”.  A la izquierda del cuadro de Botticelli titulado “La Calumnia de Apeles”, la Verdad, rubia, grácil y ascensional, señala el cielo de las ideas mientras a su lado el remordimiento se pudre entre salafistas cortinas negras. Las palabras que designan nuestras grandes categorías de valores son todas femeninas como lo son sus representaciones alegóricas. La Verdad, la Justicia, La Libertad, la Nación, la República... Todas suelen recurrir al desnudo, ninguna a un erotismo de la desnudez aquí impensable. Para entender tan llamativa feminización sin duda habría que remontarse a las primigenias raíces corpóreas de una semántica de las emociones. Las que el gran neurocientífico Antonio Damasio mostró ser, en “El Error de Descartes”, inseparables acompañantes de nuestros conceptos más abstractos. Con el academicismo del siglo XIX el desnudo femenino derivará hacia la casi exclusiva desnudez. Con la abstracción, en cambio, desaparece la desnudez, poco o nada queda del cuerpo, y corre el riesgo de desaparecer de nuestras memorias el mensaje ontológico del desnudo femenino, el que habla el idioma primordial del deseo y del milagro de existir. El desnudo nos recuerda siempre que la aparición y la perpetuación de un mundo antropocentrado y autopoiético solo fueron posibles gracias a  la previa autonomía de los cuerpos.

Botticelli
La Verdad y el remordimiento
1495
 El antropocentrismo revelado por el desnudo nos habla de un mundo lleno, insaciable de nuevas imágenes, sin duda febrilizado por el exceso de significaciones. Resulta inmenso entonces el contraste con el vertiginoso vacío que rodea el mundo de enfrente, el antimundo basado en el teocentrismo somatófobo. Éste actúa como los agujeros negros tan caros a los astrofísicos. En el fondo del agujero es tan desaforada la concentración de la masa teocéntrica que su campo gravitacional traga despiadadamente toda la luz,  todos los cuerpos, particularmente femeninos, y toda actividad cerebral procedentes de su perímetro. Donde no hay representación de los cuerpos, la imaginación vegeta, la mirada se marchita. Del desierto de los sentidos surgen, en un mismo impulso, la iconoclastia y la “ginecoclastia”. Con la invisibilización de la mujer se esteriliza la vida social y germina la semilla de la obcecación. Las sociedades vuelven a ser hirsutas, clánicas y vegetan desquiciadas por la frustración, exasperadas por el odio.

 Afrodita agachada
El acmé del genio griego