viernes, 20 de mayo de 2016

Salvajes

Santayana

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

El fantasma de Otegui en el Parlamento catalán y el fantasma de Bódalo en el Ayuntamiento madrileño son la prueba de que en la España estatal (tampoco hay otra) perdura la idea del salvaje que nos dejó Bertrand Russell: un individuo servicial que hace lo que sea necesario para sustentar la teoría de los antropólogos, que son los políticos.

Santayana, el mejor amigo de Russell, nos recuerda que al salvaje le agrada ser salvaje, y que las puerilidades, las fatigas y la lascivia de la vida primitiva tienen cierta influencia sobre nosotros.

¡Cuánta más tendrá sobre aquellos cuya imaginación no puede tener otros sueños!
La emoción de Carmena en su defensa rusoniana de Bódalo es porque la alcaldesa, al hacerlo, se cree mitad Barbarella y mitad Pétion de Villeneuve, el vanidoso y mentiroso alcaldón de París, carmenitanamente preocupado por los niños, y que se sentía deseado por la hermana de Luis XVI en la carroza de regreso de Varennes: fue adorado por la muchedumbre en el 92 y devorado por unos lobos de Félix (Rodríguez de la Fuente) en el 94.

“El que más noches de circo tenga en su haber, antes entrará al Reino de los Cielos”, se avisaba, con palabras de Ramón, en un cartel a la puerta del viejo Price.

El que más motivos de cárcel tenga en su haber, antes formará parte de la Democracia Avanzada que se nos viene encima.

A mí no me interesa vivir en la cárcel, porque no pienso hacer carrera política –decía un cronista de nuestra “República de trabajadores”.

Según la teoría aceptada por todos los españoles, en aquella República, que hizo ministro de Marina a Companys porque había sido preso en un buque, el haber estado en la cárcel bastaba y sobraba para poder gobernar.

¿Qué dice el marxismo de lo de Bódalo y Otegui?

Hegel dice, en alguna parte –escribe Marx, que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se repiten dos veces. Pero se olvidó de agregar: la primera, como tragedia, y la segunda, como farsa.