martes, 23 de febrero de 2016

Tulsa

Hughes
Abc

Clara Lago ha escrito un artículo en defensa de Dani Rovira, lo que la honra como colega y como novia (costumbre de estos días, el quite conyugal). Defiende al actor del «linchamiento» y abomina de internet, géiser de bilis. «Ciudad sin ley», lo llama. Esto recuerda al «Tulsa, ciudad sin ley» que gritó Marujita Díaz en El Rocío, chiribita que homenajea la Landaluce.

Sin entrar en el asunto, sí se percibe un problema general de epidermis. Ahora todo ofende mucho. Mal están el insulto y la calumnia, pero es como si se quisiese eliminar también la burla, lo ácido. Recordemos a Catulo, o las «Cantigas de escarnio y maldecir». No había Twitter entonces y ya se ponía a la gente de vuelta y media y perejil. El insulto no, pero viva el vituperio. Iría más allá. Lo que no se puede es vivir en lo viral, estar en el machito, en el cogollito de lo correcto, al sol que más calienta, surfeando siempre la ola buena, y pretender sellar los conductos del vitriolo ajeno; o convertir lo virtual en un barrio con seguridad privada y aire perfumado.

Hay una institución distinta al vituperio que aspira también al silencio ajeno y de la que se habla menos: el ostracismo. El ostrakon de los griegos, que votaban en asamblea la expulsión del contrario al bien común. Ahora es toda forma de exclusión del incómodo. Una institución hasta televisiva: ¿qué es la expulsión de GH, la nominación, sino un pequeño ostrakon? Institución viva y hasta con descendientes oficiales. Y si no, miren Pontevedra y su «persona non grata».