martes, 16 de febrero de 2016

Espías



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Con la visita de Bergoglio y Cirilo a la Corte del Rey Sol en La Habana del Tropicana (¡y pensar que la censura eliminó en un guion de Berlanga un plano general de la Gran Vía porque, siendo Berlanga, “es capaz de sacar a un obispo saliendo del Pasapoga”!) he echado de menos a Guillermo Cabrera Infante.
Cabrera fue con la Revolución agregado cultural en Bruselas, cuando Bélgica era, vista desde La Habana, “la otra cara de la luna”. (Los cubanos eran los únicos diplomáticos acreditados en Bélgica que iban a todas partes con una pistola en la cintura). Un día les llegó un tal Agustín Aldana, que se llamaba Pablo, nombre que cambió por parecerle afeminado. Era un negro flaco, alto y tuerto, hermano de “el Bestia”, jefe de Investigaciones en La Habana. Cuando su exilio en México, ambos habían sido “stuntmen”, especialistas en caer del caballo (¡Pablo, Pablo!) a galope, y Agustín (o Pablo) presumía de haber doblado a Robert Mitchum cabalgando en “Más allá de Río Grande”.

Dejó de decirlo cuando yo le recordé que ese oeste había sido prohibido en Cuba porque sus villanos se llamaban los Hermanos Castro.
En alguna parte cuenta Cabrera que desde esa agregaduría telegrafiaban a La Habana pidiendo limones caribeños para el daiquirí, pero los agentes de la Cía encargados de interceptar los mensajes entendieron que los limones podían ser misiles y hubo lío.

Pobre del hombre de la Cía encargado de estar en la “Kangoo” aparcada en La Moncloa para escuchar con oreja vangoghiana los disparates de un gobierno de Snchz, Pablemos y Errejón. Tertulia de bodeguilla de Snchz, con su Machado, y Pablemos, con su Kant, más Errejón, ministro del Interior por aquello de que el comunismo es el fascismo del pobre y porque, Doctor Complutense de la Ciencia Política, es el culto que sabe que Reagan dimitió de la presidencia por corrupción.

¿De qué sirve enseñar el alfabeto a millones cuando un solo hombre decide lo que se va a leer?
Hay que releer a Cabrera.