lunes, 16 de noviembre de 2015

Caminos intermedios



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Para las sociedades que no creen en nada, la muerte es el final, y por eso la esconden, pero mal. De hecho, la muerte a veces se escapa, se cuela por debajo de la puerta y da ese espectáculo que nos hace ver a todos lo pequeños que somos y lo encogidos que vamos.

    En las delirantes televisiones españolas, verdaderos obscenarios de todo a cien, ha impresionado mucho la imagen de los parisinos que salían del estadio de fútbol donde se jugaba el Francia-Alemania cuando la matanza cantando “La Marsellesa”. Después de todo, en España, el Himno Nacional, esa “cutre pachanga fachosa”, en opinión del doctor Iglesias (Pablemos, no Papuchi), es una cosa que en el fútbol, y organizado por autoridades del Estado y con sus propias televisiones, sirve de señal de pita y abucheo.

    “La Marsellesa” es marcha para ir a la guerra, pero los parisinos del fútbol no lo cantaban para ir a la guerra, sino como el que silba al transitar por un callejón oscuro para ahuyentar el miedo.
    Mientras ellos cantaban “La Marsellesa”, los políticos de toda Europa ponían en marcha la máquina de lugares comunes, como esos espantapájaros electrónicos que colocan en las viñas para emitir graznidos terroríficos con que asustar a los tordos que se comen las uvas. El más ceñudo, Manolo Valls, primer ministro francés, el que invita al Barça a jugar “la Ligue”. Los más cursis, los españoles, con Pablemos citando a Madiba.
   
 Pablemos es la mosca de todas las sopas televisivas, donde se afea a una pepera que cerró un mitin con un “¡Arriba España!”, pero se embellece a Monedero, que cerró otro mitin con un “¡Arriba Grecia!”

    Ese “¡Arriba España!” fue saludo, pero no invento falangista. Viene del regeneracionismo pasado por el krausismo, de Macías Picavea, aunque  bastante antes lo pusiera en marcha González Bravo con su “¿No hay ya espadas en la tierra del Cid? ¿No hay chuzos? ¿No hay piedras? ¡Arriba, arriba españoles!”

    Visto lo visto, lo feo del “¡Arriba España!” no está en el “Arriba”, sino en el “España”. Si no fuera así, la cosa se arreglaría con un “¡Aúpa España!”, pero todos sabemos que en el fútbol está tan mal visto gritar “¡Aúpa España” que ha habido que inventarse un “¡Aúpa la Roja!”

    España es un país cuyo seleccionador de fútbol posee título de marqués y pregunta públicamente al presidente del gobierno si, ante el problema de la sedición catalana, no hay un camino intermedio entre cumplir y no cumplir la ley (“¿Y en lugar de no moverse, de no hacer nada, no hay un camino intermedio?”), y el presidente del gobierno, conmovido por la profundidad de la pregunta, contesta que nombraría al seleccionador ministro de Educación, Cultura y Deporte, cuando su obligación era pedirle argumentos con que sustentar su defensa del “derecho a decidir” (eufemismo clerical del derecho de autodeterminación) para los catalanes. ¿Dónde toma su doctrina? ¿En el Código Justiniano? ¿En las Partidas? ¿En la legislación extranjera? ¿En los estatutos del Barça?
    
La equidistancia es la hoja de parra del buenista profesional. La vemos en Madrid, con lo de la sedición catalama: del “camino intermedio” del seleccionador de fútbol al editorial de prensa contra “los independentistas” y los “que quieren ver los tanques”. La veremos en París, en cuanto pase el estupor (tres o cuatro días) de la matanza.

    Por culpa de los falsos buenos, en la vida real siempre ganan los malos verdaderos.


“IL DOLCE FAR NIENTE”
    Ancelotti, el “Pincipone” de “il dolce far niente”, se ha justificado en Inglaterra de su batacazo en España con una explicación que revela a un mal pagador: “Tienes al mejor club del mundo en Barcelona y al tercero que es el Atlético”. Y se quedó tan ancho, Carletto, en seguida consolado por Cristiano, que fue a Londres a promocionar su película. Cristiano, devoto tardío del “dolce far niente”, no ha superado el despido de Ancelotti, con lo fácil que lo tuvo para evitarlo: le bastaba con haber ganado al Atlético de Simeone y al Barcelona de Luis Enrique. Hay que decir que Carletto y Cristiano, abrumados por las sombras de Luis Enrique y Messi, tienen derecho a ir por la vida de segundones, pero no a esperar que el Real Madrid los acompañe.