lunes, 12 de octubre de 2015

La novillada del empresario Choperón y el gerente Blanco. Un encierro de fiestas patronales en Plaza de segunda


Tres en el tercero
 
 José Ramón Márquez

Penúltima corrida de la temporada en Madrid, corrida número 61 de las de 2015 en Las Ventas, que ya queda poco para dar el carpetazo a la temporada madrileña; vamos, que hoy se dio la última novillada y mañana se echa el cierre al chiringuito con una corrida de toros. A estas alturas de temporada, con toda la ganadería brava exhausta, ha debido ser un triunfo para los celosos, esmerados, empresarios de la Monumental encontrar una corrida ni medio digna con la que echar el cierre a las novilladas. Sería mucho pedir, conociendo las mañas de los empresarios, esos donostiarras Father & Son, esos guipuzcoanos Aitá & Seme, que pastorean Las Ventas desde hace más tiempo del que muchos desearíamos, que hubiesen programado una novillada... aunque solamente fuese completa, seis novillos, que no es mucho pedir, y luego si hablamos de presencia, de trapío, de cuajo... ya entraríamos en lo querellable, si llegamos a poner los adjetivos que se vienen a la mente después de ver el saldillo que han echado hoy a la húmeda arena de miga blanca (Blanco se llama el gerente) de Las Ventas, indecente ganado al que han tratado de cubrir mediante el uso creativo de la tablilla de los pesos, por si cuela.

Para esta cita número 61 habían anunciado la ganadería de don José Luis Pereda, la cual va siempre unida, como en la respuesta de una jaculatoria, a La Dehesilla. Eso era lo previsto, pero finalmente, no siendo aprobada la totalidad del ganado que enviaron don José Luis y don Dehesilla, hubo que echar cuenta del veterano remendador don Julio de la Puerta para que pudiesen meter seis bichos en los frescos y pulcros chiqueros que regenta Florito. Ni que decir tiene que, echados los dados a rodar, ya daba igual cómo fuesen los bóvidos, que había que disponer de seis y que ya daba todo lo mismo, si tenían barba serían San José, y si salían lampiños, la Purísima. Nada que no se pueda arreglar jugando de manera creativa con los números de la tablilla, para equilibrar de manera ilusoria lo que la vista y la experiencia rechazaban. Y no sólo lo del peso, que se las traía, sino las caritas, los cuerpecitos, la penita que daba ver corretear, inocentes, a los becerrotes que ni soñaban la que se les venía encima. Un encierro de fiestas patronales en Plaza de segunda es lo que hoy nos han puesto ante los ojos los empresarios de Las Ventas, la antiguamente denominada “Primera Plaza de Toros del Mundo”, devenida en la actualidad y gracias a los manejos del aitá y el seme a “Primera Plaza de Pueblo del Mundo”. Un encierro perfectamente impresentable que cae directamente sobre las conciencias del ganadero que lo crió, del veedor que lo propuso, del empresario que lo adquirió, del Presidente del festejo que lo aceptó, y del sanedrín veterinario, que ciscándose en todo lo aprendido en la Facultad, no objetó con firmeza y decisión a la totalidad de la inmundicia que se proponía a su examen. Ahí los únicos que cumplieron con su deber fueron los cuatro de siempre, dejando sus palmetazos y sus silbidos para manifestar la disconformidad con la presencia en el ruedo de tales animalejos. Como muestra, un botón: el quinto de la tarde, hierro de José Luis Pereda, al que en la rifa de pesos le habían correspondido los números 4-7-8 (kilogramos), acomete con el brío de sus nulas fuerzas al penco guateado sobre el que está apoltronado José Antonio Hernández; éste echa adelante el palo hacia el novillo y cuando llega al contacto con el bichejo, el pobre animal se desploma de lado, como en las faenas camperas de acoso y derribo, sin haber llegado siquiera a establecer contacto con el peto de kevlar. Al menos a este lo echaron de vuelta a lo oscuro, al lugar de irás y no volverás, y nos libraron de verlo hacer el ridículo por más tiempo en la parte pública de la Plaza.

En resumen lo que se lidió fue uno de José Luis Pereda, dos de La Dehesilla y tres de Julio de la Puerta... Uno, dos y tres, al escondite inglés. Los encargados de su tundimiento a mantazos y acribillamiento con el acero fueron Mario Alcalde, Amor Rodríguez y Alejandro Fermín, que venía en sustitución del tachirense Manolo Vanegas, que a estas horas ya le habrán contado de la que se ha librado con lo de no venir.

A Mario Alcalde ya le dábamos por medio retirado. Acaso los oficios de algún excelente amigo le hayan aupado al cartel de hoy, pero los argumentos que el  veterano novillero ha dejado esta tarde en Las Ventas no nos hacen concebir grandes expectativas sobre el inmediato futuro de su carrera. Mario Alcalde ha sido castigado por los toros, dejando algunos retazos de calidad en sus diversas pasadas por Las Ventas, y esta tarde mismamente, en un momento de lucidez, en un par de muletazos en redondo en los que ni cedió la posición ni cayó en la tentación de irse a lo fácil, vio cómo el público le ovacionó de manera sincera. Acaso fue todo un espejismo, porque en la siguiente serie ya volvió a los modos insustanciales y ventajistas que marcaron sus dos trasteos, y el crédito obtenido en los dos derechazos se diluyó en una faena larguísima y sin argumentos reseñables, de la cual lo mejor ya está contado. De sus mañas con el estoque, ni comentamos. Turbio se presenta el futuro de Mario Alcalde.

Amor Rodríguez hizo bien lo pinturero, el inicio de sus dos faenas, especialmente la facilidad y la torería con las que principió su faena al segundo de la tarde. Otro espejismo, pues lo que viene detrás es la misma tabarra de todas las tardes, la pata atrás, la odiosa carrerita, el cite con el pico... lo de todos los días en todas las Plazas, la negación del toreo. Amor Rodríguez alargó su faena a su primero sin necesidad, pues nada estaba diciendo a la parroquia con su insulso trasteo y en su segundo, el chorreado juliodelapuerta que sustituyó al del acoso y derribo, no fue capaz de enjaretar ni una maldita tanda al toro, que se dejaba perfectamente que le hicieran las pertinentes monerías, hasta que cuando se puso ya de lo más pesado, el bicho le pegó un testerazo sin saña ni ganas de coger. Él se levantó del suelo, y siguió erre que erre sin que nada de su actuación tuviese el más mínimo brillo.

Alejandro Fermín no podía pensar que en los chiqueros le estaba esperando Abandonado, número 106, hierro de Pereda. El animalejo, de aspecto impresentable y abecerrado, al que le correspondieron los números 4-4-8 (kilogramos) en la rifa de pesos, no tenía ni media leche y, además de que era un tonto insigne, ignoraba la maldad del mundo tanto como la utilidad de los dos platanitos que Dios había dispuesto a ambos lados de sus sienes. Ahí estuvo el pobre Alejandro Fermín sin ser capaz de dar un pase ni medio regular a semejante carretón autopropulsado, y el novillero venga y dale y venga y dale y Alejandro era incapaz de sacar ni media gota de leche de esa alcuza tonta, amable y colaboradora de capa negra listón. Y encima, como si además quisiera vengarse de él, lo mató de manera alevosa. En su segundo, como dijo aquel gran aficionado, el toro era peor y el torero era el mismo.

Yelco Álvarez dejó dos pares de buena factura en el sexto.


 Aparcando el penco

 Hoy, sin cucamonas
Nada que rascar

 Repinte

 Calderón en Men in black
(¿Qué coño ventila este tío en un palo?)

 La víspera de la Fiesta Nacional

 Salida

Plaza incendiada