lunes, 5 de octubre de 2015

Adolfos. Al fin, una tarde de toros, con Ureña haciendo (poco) lo mejor de la Feria


Aviador, abriendo plaza

José Ramón Márquez

Hoy ha habido toros en Las Ventas. Cuando hay toros es algo que se sabe en seguida, incluso para quien vaya a la Plaza por primera vez, simplemente mirando el reloj que hay en el tejado sobre el tendido 6. A las cinco y media de la tarde el señor don Julio Martínez Moreno sacaba el pañuelo para que comenzase el festejo y a las siete y media desfilaban los toreros camino de la puerta de caballos: en eso se nota que hubo toros. Esto ocurre porque con los toros el matador está deseando culminar su obra colocando la espada en el interior del bicho y ni se le ocurre ponerse a empezar la faena tres o cuatro veces como hacen otros cuando no hay toros, ni perder el tiempo que echan con los no-toros en invertidos, circulares, bernardinas, manoletinas o pases cambiados al estilo de Pedrés, ni en idas y venidas. Así tenemos que, con toros, en ciento veinte minutos la cosa ha quedado vista para sentencia, frente a las casi tres horas que suelen echar cuando los bichos no meten miedo. A las pruebas me remito.

La clave está, pues, en el miedo, la jindama, el arasnó que dicen los calés. El que pasa el que está ahí abajo guarecido tras una tela y tras su oficio y el que pasa el que se ha comprado una entrada y se ha ido, tan ricamente, a los toros después de almorzar. Cuando no cabe eso de que “he disfrutado una barbaridad” ni lo de “me he expresado a placer”, cuando nadie piensa en la palabra “indulto” y no puedes apartar los ojos del ruedo, es que hay toro. Luego hay gradaciones, por supuesto, que hay algunos a los que se les nota más que a otros las ganas que tienen de coger, hay otros que muestran (y a mucha honra) cosas de manso, otros que si les hubiesen dado estudios habrían llegado lejos de lo listos que son y alguno que es como aquel F. de Carabanchel Alto que era todo fachada. Pero lo principal es que donde otros días ves aptitud cárnica, como en los lisarnasios del Puerto de anteayer sin ir más lejos, hoy veías toro, que a fin de cuentas es lo que uno va buscando por esas Plazas de Dios, como Diógenes el Cínico, con el candil.

El responsable de los toros de hoy en Madrid es don Adolfo Martín Escudero, que aquí no hay S.L. ni S.A. En su segunda comparecencia de la temporada en la Monumental ha traído una corrida vareada, tres y tres. Los tres que han ido por delante con más miga y pidiendo el carnet y los tres que han ido después algo más amigables, sin que eso quiera decir que estuviesen dispuestos a colaborar lo más mínimo. Ninguno de los seis se dedicó a arrastrar el hocico por la arena, afortunadamente, y su registro estuvo más bien en la media altura. Los seis se fueron a que los transformasen en medias canales sin haber abierto la boca en su vida pública, y su juego fue diverso y entretenido: alguno se dolió en banderillas, otro coceó, no brillaron de manera especial en sus luchas con los del kevlar, un par de ellos parece que quisieran saltar al callejón y el lidiado en tercer lugar, Rizos, número 73, cárdeno y cornipaso, provocó algunas breves protestas en el 7 bajo así como la momentánea indignación del Delegado de la Autoridad en dicho tendido, el popular Faustino.

Para vérselas con los adolfos no se vinieron a Las Ventas ni Juli, ni Morante, ni Manzanares, ni Perera, ¡quite, hombre! Se vinieron, acompañados de sus cuadrillas, Rafaelillo, Fernando Robleño y Paco Ureña, que se matan las camadas enteras de los toros mientras los otros no paran de darse importancia a costa de los bovinos domésticos y precocinados de Victoriano del Río.

Rafaelillo. La primera en la frente. Aviador, número 41, a la primera de cambio ya le tiró un derrote que contenía todas las ganas posibles de coger y de herir. El toro demostró un comportamiento muy poco educado, muy poco apto para monerías, y el torero lo macheteó con poca fortuna y menor firmeza a ver si le rebajaba un poco los humos. Había que ver a ese tío ahí abajo, como una chalupa en medio de la galerna en San Vicente de la Barquera intentando llegar al malecón. Se pasa el hombre la muleta a la izquierda y ahí le arranca un natural, una pepita de oro, cuando suspirábamos por el lingote, tres y el de pecho. Imborrable recuerdo de Ruiz Miguel, una vez más, que estos toros, además, tienen el poder de favorecer la remembraza. Su segundo atendía, es un decir, por Baratillo, número 1. En un quite Robleño nos mostró que el pitón del toro era el izquierdo y Rafaelillo o no lo vio o no se quiso enterar, el caso es que planteó todo su trasteo por el derecho. El toro le protestó una barbaridad y, efectivamente, cuando se pasó la muleta a la zurda, el toro respondió de manera más acorde a los intereses de Rafaelillo, aunque él en seguida volvió a la derecha y no vio nada claro lo que tan bien se veía desde la andanada. Claro es que como el que se estaba jugando la cogida era él, tampoco es la cosa como para ponerse a echarle los perros. Las verónicas de recibo a este toro, piernas flexionadas y remate por alto, fueron de un extraordinario sabor añejo y lo más reseñable de la actuación del murciano en su segundo oponente.

Fernando Robleño, torero al que en Madrid se espera con atención, tiene algún problema con esta Plaza. A lo mejor los días que él venga a torear hay que poner banderas francesas para que se encuentre más a gusto, pero el caso es que da la impresión de que en Madrid se bloquea. Partamos de nuevo de la premisa de que viene con oponentes serios y de respeto, ninguna tontería, pero contrasta lo que se lee de él en las Plazas del país vecino con lo que nos viene dejando en Las Ventas. Su primero, Fogonero, número 36, pedía el carnet, el TC1, el TC2 y las tres últimas declaraciones de la renta. Se pegó unos parones que cortaban la respiración y embestía enterándose, con la cara a la altura de la barriga del matador y acordándose  de lo que se dejaba atrás. Robleño lo pinchó y luego lo mandó al Valle de Josafat con una estocada entera. Su segundo, Horquillero, número 68, era el menos Adolfo de los seis, negro entrepelado, fue el más blando de la corrida. Lo mejor el arrojo de Robleño en los capotazos que le dio para parar el tsunami de Horquillero, que se había emplazado en el tercio frente al 3 y se lanzó a la tela del madrileño, cuando fue a por él, con una fiereza y una violencia como hace muchos años que no veíamos. Luego el toro se fue apagando, como se dijo, y perdió las manos. El trasteo de Robleño, de poco lucimiento, se basó en el toreo en redondo y bien es verdad que también el toro se largaba de la suerte como que con él aquello no iba. Lo mató de una estocada entera.

Paco Ureña recibió a su primero, Rizos, número 73, con unas verónicas pegado a tablas en las que cortó extraordinariamente el viaje de salida del toro, especialmente por el derecho. A este toro le plantea Paco Ureña una faena muy poco sólida, muy deslavazada, sin hilo conductor. Por dos veces el toro se lo echa a los lomos, sin visibles consecuencias. La segunda de ellas es de mérito pues se produjo cuando el torero se quedó en el sitio, donde los toros cogen. Luego él vuelve a la cara del bicho prefiriendo las cercanías que la media distancia, a la que el animal había enseñado su disposición y acaba componiendo una faena de ¡ay!, en un registro cercano a lo de López Simón, en esas cercanías tan próximas al tremendismo y tan alejadas del toreo. Quiso matar a recibir y pinchó y luego dejó un volapié de pésima ejecución, quedándose en la cara y recibiendo un fuerte golpe. Ureña, que se había ido a la enfermería, volvió antes de que saliera su segundo y prefirió hacerlo por el callejón, como siempre han hecho los toreros, antes que atrochar atravesando el platillo. El sexto era Murciano, como su matador, y llevaba el número 14. El trasteo de Ureña comenzó de nuevo con los pies del torero por los aires cuando andaba toreando por redondos. Sigue en esa misma línea sin acabar de convencer, pero cuando se cambia la muleta de mano y empieza a torear al natural, de frente, da la vuelta a la tortilla de su tarde, con el simple hecho de alargar los muletazos, de llevar al toro toreado y de buscar la rectitud y la verdad en cada uno de sus muletazos. Dos tandas de gran cuajo son las que deja Ureña para el recuerdo, toreo sin alharacas, pura sinceridad de toreo. Mata de pena,  de nuevo quedándose en la cara del toro y, para los de la estadística, la cosa se queda en una vuelta al ruedo. Sin embargo, lo grande de esta Feria de Otoño que hoy ha terminado es lo de Ureña, que de lo del otro día ya ni nos acordamos.

Uno que tiene unos prismáticos de muchos aumentos comentaba en la andanada que a Ureña también le entró la llantina, que ahora los toreros a la mínima se ponen a lagrimear como magdalenas. Cosas modernas. Hay que ir con los tiempos, se conoce.

Zapatillas de Ureña

 El papel de Fernández

 Sombrero Uno

 El programa

 Sombrero Dos

 Ciudadanos al riego

 La mano en el bolso

 La mano en la merienda

 La mano de Fernández

 Paseo

 El 9

 La recena de Fernández

 Horca caudina

 La mano del alguacil

 Los conseguidores de orejas

 Las velas de Rizos, el tercero

 Rosco protestando a Rizos como en su día a Bastonito

 Guernica

 El barquillero que el Mochuelo tiene en toriles

España al cruce

 Robleño

 Florito

 Ureña

Rafaelillo