martes, 10 de marzo de 2015

Espectáculos



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

El mundo asiste en Washington, con Obama, al espectáculo supremo de los dos poderes de Montesquieu (a un poder sólo otro poder lo frena), legislativo y ejecutivo, en lucha a muerte, como leones, de la que saldrá vencedor el único pueblo libre que no ha sido doblegado. Es la democracia.

Aquí, en cambio, nos tira más Rousseau que Montesquieu, no por lecturas, sino por llorones, y el mundillo asiste en Madrid al espectáculo sórdido de la cucaña de los candidatos y sus listas, en el que uno cae de un ático y al otro lo atropella un tranvía. Es la partidocracia.

La democracia son formas –repiten los loritos (los eternos trepadores de la Puerta del Sol, que diría Bonafoux)–. ¡No se puede decir a un diputado que no vuelva o llamar naranjito a un opositor!
¿Que al final va Esperanza?

¡Ésta sí que es la legítima tía Javiera! ¡Esto sí que es color local, y chunguita, y asaúra, y sangá sangá, y medio ambiente de naranjos, limoneros y sardinas fritas!
En la calle se revive el ambiente del 76, y hasta de Ancelotti se oyen ya las cosas que entonces se oían de Miljanic. Políticamente, la ilusión del 76 es en el 15 resignación, pero el baile de chaquetas, amenizado por la incertidumbre de las encuestas, ha comenzado.

Paul Johnson refiere el caso de un jefe de correos de Albany, ex combatiente con Washington, en la Casa Blanca de Jackson. “Los políticos quieren arrebatarme mi puesto y no tengo de qué vivir”, se quejó aquel hombre, y comenzó a quitarse la chaqueta para mostrar sus heridas. “¡Póngase inmediatamente la chaqueta, señor!”, ordenó el (muy corrupto, por cierto) presidente, que al día siguiente, sin embargo, retiró de la lista de despidos al pobre veterano.

¿Saben ustedes que lleva en el cuerpo una libra de plomo británico?

Nuestros chaquetistas llevan en el cuerpo recortes de prensa en que un día fueron citados como conspiradores en favor de los nuevos triunfadores y el vale de haber asistido al cocido en que los pillaron.