martes, 10 de febrero de 2015

"Maverick"


Hughes
Abc

Évole ha acercado la política al ciudadano. De las tertulias ha decidido pasar al bar, donde empieza sus entrevistas haciéndose el guay con los camareros. Así arrancó el mejor momento a Esperanza Aguirre: «Yo tomé mi primer Gin Tonic en 2012 y desde entonces he descubierto que me gusta. Los prefiero con frambuesas». Una Esperanza ginebrista (¡Ginebra con Schwartz!) culminaría mucha fantasía angloliberal. «Yo soy una maverick», explicó. Lo de «maverick» parecía lo que va después de MILF y cougar, pero es una forma, bastante mejor, de decir «verso suelto».

Toda la gracia de Aguirre está en cuando repite juguetona el trabalenguas de empresa con la que trabaja: serigericonde, seligericonde.

Ella empieza siempre por los principios del liberalismo, pero acaba por un casticismo crudo: «Eres un cachondo, macho». Es un liberalismo que a mí, por mi catetez, así se me deshace un poco. El liberalismo madrileño parece a veces un club de fans de Dolly Parton. En Estados Unidos, liberales son los otros, y aquí, si los gugleas, son los de los clubes. A veces pasan cosas liberales, claro, pero es como decir que uno es rockabilly; sí, vale, bueno...

Mientras Évole buscaba contenidos en su tablet (¿Qué aporta? ¿Credibilidad?), ella arremetía contra Podemos, que está muy bien, y contra La Sexta, que no lo está tanto. Es una cadena privada que como si defiende la vuelta al trueque. La serenidad la fue perdiendo la expresidenta y a Évole, que ya va teniendo espolones, se le envenenaba la mirada. Su entrevista fue toda la colección de chistes, entrecortada, abrupta y en demasiadas direcciones. Siempre acabo simpatizando con su entrevistado. Me pasó igual con Ahmadineyad y Ana Pastor.

Aguirre no estuvo convincente ni con Granados ni con Blesa y maveriqueando se mostró a favor de la dación en pago. Cuando decidió dar por concluida la entrevista el plano se abrió y vimos que Évole hacía la escena del sofá volcado sobre ella. Con el puño retorcido entre los muslos, parecía, además, que se estaba orinando. Sentí nostalgia de Hermida, quién me lo iba a decir, que se retorcía sobre sí y no sobre el otro. ¿Pensaría Évole que iba a determinar la carrera política de Aguirre?