sábado, 22 de noviembre de 2014

Marilolismo


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

A la estellesa María Dolores Leonor Montero Abárzuza la Andalucía de los Buenos Motes la dejó en Mariló, que la sobriedad, explica Pemán, es el fruto definitivo de toda madurez artística, y el mote es el último fruto de la sobriedad andaluza.

El arte del mote es el arte dificilísimo de resumir en una palabra una vida, un retrato y un comentario.
Mariló es a la vez sustantivo, una cosa que hace Dios, y adjetivo, una cosa que hacen los poetas. Pone Pemán el ejemplo de la luna: Dios la hizo luna con una palabra, pero Virgilio, con otra palabra, la hizo amiga (el silencio “amistoso” de la luna).
Cuando Hughes, que viene de Cádiz y venera a Antonio Burgos, me pidió un sitio para vernos con Mariló y dar rienda suelta a nuestro marilolismo pensé en el Museo ABC, en Amaniel, la calle, en mi época estudiantil, de las becas, donde fuimos durante un par de horas becarios del mariloleo, entre tintas y grafitos de Francisco Sancha, “El alma de la calle”, título de una exposición imprescindible para cualquiera que tenga la curiosidad del periodismo y el deseo de Madrid.

Mariló nos cuenta que le gusta llevar a sus hijos “a los submundos”…

Sí, a que chupen probreza, a que vean hambre con mocos en la barbilla
Y miramos de reojo a una estampa tremebunda de Sancha (“Gedeón”, 1905): Cofradía del Hambre, para la Semana Santa de Sevilla.

¿Y de mi libro no vamos a hablar?
Mariló ha publicado un libro sobre el corazón de las mujeres. Donde Don Juan veía un taxímetro, ella ve un corazón, pero un corazón rumiante. Y remata, ay, con gotas de un feminismo de ayes.
En el umbral del cansancio, algunas mujeres muy atractivas recurren para defenderse a unas gotas de “feminismo feminista” como los visones a unas gotas de líquido catingoso que desalienta a los merodeadores. Este ardid es ajeno a la mujer vulgar, que a la edad de Mariló sigue siendo, dice Jardiel, una preocupación constante por las cosas que hacen las vecinas.

Un caso, Mariló.