sábado, 15 de noviembre de 2014

Flamenquismo



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Un señor de Cataluña lleva desde el domingo en la calle desafiando al fiscal del Estado. Son nuestros Liberty Valance y Ransom Stoddard para pobres (o sea, sin Tom Doniphon ni John Ford), y cuando la leyenda se hace realidad, hay que recordar la leyenda.

La leyenda empieza a ser el flamenquismo de Mas: primero con su referéndum a lo Fura dels Baus (eso que desde Libres e Iguales llaman, haciendo, sin darse cuenta, un favor a los malos, secesionismo, que queda muy jopelines, de Hoppe), y luego tocando el organillo con el codo, mojando pan en el vermú y apagando la luz eléctrica a salivazos, que son las tres actitudes flamencas de un chulo en las zarzuelas.

¿Oiga? ¿Es la fiscalía? ¡Que se ponga!
Y así fue como pasamos del viejo tabarrón al nuevo chulerío catalán en que todo el mundo juega a independiente: Mas, de “Madrit”; Madrid, de Torres Dulce; Torres Dulce, de La Moncloa; La Moncloa, de la Constitución; y la Constitución, de Cataluña. Es un juego que conocemos quienes hemos ido a una oficina pública a arreglar papeles, sólo que ahora, en lugar de voces, como cuando Larra, te dan números.
España (la pureza, buena o mala, de sus clases bajas y altas, nunca las medias) no va a desaparecer, pues es muy anterior a Larra, a Cataluña, a la Constitución, a La Moncloa, a Torres Dulce, a Madrid, a “Madrit” y a Mas.

Mas un “laissez faire, laissez passer” como el del 9N no se veía en España desde que Godoy se escondió en las esteras de Aranjuez, ni una chulería como la de Mas desde la de don Tiburcio de Redín (¡biografiado por un Puyol!): como no lo recibiera el Conde-Duque, lo esperó en las Cuatro Calles y a mandobles cortó los tiros de los caballos de su carroza, para obligarlo a oírle.

Lo que perturbó a una gran raza fue la picaresca, que llegó hasta las altas esferas, con aplauso de los escritores, risa de las gentes y desmoralización del espíritu de jerarquía, sin el cual no hay nación –fue el diagnóstico médico de Marañón.