domingo, 5 de octubre de 2014

La corrida de Abellán: una tanda a Cubilón (Peor lo van a tener en Zaragoza con Luque)



José Ramón Márquez

Esto de tener que llegar a Las Ventas a las cinco es un suplicio. No hay manera de que la cosa vaya bien. No sé por qué, pero el caso es que lo de las cinco de la tarde, hora la mar de lorquiana, que debía ser un horario óptimo para aquellos tiempos en que se comía a la una, es algo sumamente inconveniente para estos tiempos nuestros, tan movidos.

Total, que entre la carrera, el agobio y lo alta que está la andanada, cuando llega uno a la localidad echando el bofe parece que viene de correr el maratón de Nueva York y además ya están sonando los clarines para que salga el primero, por lo que nos perdemos el paseíllo y esa tradicional muestra de afecto que consiste en dar una cerrada ovación al espada que se ha anunciado para matar en solitario seis toros, eso que ahora modernamente llaman “encerrona”, aunque a uno lo de encerrona, tal y como lo define la RAE (“Situación, preparada de antemano, en que se coloca a alguien para obligarle a que haga algo contra su voluntad”), le cuadre muchísimo mejor aplicado a lo de ayer con los cuvis que a lo de hoy.

Lo de hoy era el retorno del lisarnasio a su feudo, a estas Ventas del Espíritu Lisarnasio, en las que no paran de echar corridas frailunas del Puerto de San Lorenzo, de La Ventana del Puerto,  de Valdefresno, de todas esas franquicias medio lisardo medio atanasio, de esa calderilla ganadera que, cual mosca pelmaza hipnotizada por la luz de una bombilla, no cesa de venir a Madrid desde los predios del Puerto de la Calderilla. Y todo por no decidirse, si la cosa va de los Fraile, a hablar con Carolina a que mande seis de sus gracilianos como aquellos que hace cuatro años, que también por octubre, les tocaron a El Conde, Luis Vilches y Eduardo Gallo y de los que aún nos acordamos con añoranza, para que no se diga que injustamente echamos a todos los Fraile al mismo saco. El hecho es que entre la grey lisarnasia hoy hubo ciertos matices que se salieron, si cabe brevemente, de la tónica habitual de estos Puerto, como cuando el sexto, Huracán, número 162, apretó violentamente hacia adentro cerrando peligrosamente al torero hacia tablas en el recibimiento con el capote, brindándole al matador uno de los pocos momentos de verdadero lucimiento de la tarde cuando se salió hacia afuera capoteando con mando y firmeza, sin agobiarse por vérselas en tan comprometida situación, o la embestida fuerte e incierta del quinto, Bailador (¡manda huevos!), número 95 en los compases iniciales de la faena de muleta. Poca cosa, dirán algunos, pero que deben quedar reseñadas para que no parezca que el megamix lisarnasio de esta tarde se movió en los mismos deprimentes términos que suele; aunque para cumplir con lo canónico, lo esperado, también echaron al tercero, Burganero, número 118, en la variedad tonto del bote, tan cara para los toreros de la época actual, como para sus palmeros, publicistas y revistosos del puchero en general.

Del torero hay que decir antes de nada que se nos presentó en Madrid vestido de blanco, es decir que Abellán vino vestido de Abellán. Luego hay que decir una vez más que tenemos la firmísima convicción de que hoy en día no hay un solo torero en todo el escalafón que tenga argumentos suficientes como para anunciarse de manera solvente con seis toros, y cuando decimos argumentos suficientes nos referimos a una buena capacidad capotera y al dominio de diferentes lances, a la posesión de una tauromaquia larga y variada y a ser un gran estoqueador. Volemos como el abuelo Cebolleta hasta la inolvidable Beneficencia de Paco Camino de 1970, con toros de diversas ganaderías (Miura incluido), o al imborrable recuerdo de Antonio Bienvenida, que es el torero que a uno siempre se le viene a la cabeza (por su conocimiento, su maestría, su torería y su clase) cuando se habla de seis toros para un solo matador, para comprender lo lejos que estamos con Abellán de lo que se espera en una ocasión como ésta. En cualquier caso, reseñemos que el de Usera, en el segundo, en la primera tanda de redondos que le instrumentó, se aproximó si cabe brevísimamente a lo que buscamos en los toreros y, por un momento, hizo concebir esperanzas en que lo mismo ése sería el derrotero de la tarde. Fue esa primera tanda a Cubilón, número 65, el único fulgor de toreo de verdad que se vio en la tarde entera. Luego el matador optó por echarse a lo moderno y como el toro iba y venía, el tío optó por no cortarse en tundirle a mantazos a la juliana manera, aunque menos encorvado que el de San Blas, y la gente tan feliz se puso a bramar como si hubiese resucitado Lagartijo el Grande. O sea que, cuanto peor lo hacía el torero, más le aplaudían. Los mismos argumentos de toreo light y falto de compromiso aplicó Abellán en su relación con el tercero, la breva boba antes reseñada, y ahí estuvo casi a punto de enderezar la tarde en la cosa orejera -pues parece ser que eso es lo importante-, hasta que un deficiente uso del acero le privó de la pañolada blanca que le tenían preparada. Si en el segundo dio una serie medio enfrontilado al toro y rematando atrás, como se dijo, en el tercero optó por ni intentarlo, pues se ve que el hombre se había dado cuenta de que todas esas tonterías del cruce, el remate y la ligazón no le importaban a casi nadie.

Apenas queda nada más reseñable de la tarde de Abellán con seis toros en Madrid,  y como el que no se consuela es porque no quiere, pensamos que la cosa podría haber sido peor, acordándonos de los amigos de Zaragoza que tienen en los carteles a Luque con otros seis. ¡Que Dios les coja confesaos!