martes, 26 de agosto de 2014

Ruano y el escritor-concejal

Con saña digna de mejor causa, la piqueta de los camaradas-comisarios pulverizó esta placa


Hughes

Quién nos iba a decir que la palabra chiringuito iba a acabar siendo política. Pues sí, y su uso casi libertario. Hoy he leído en El País a alguien, Jorge Carrión, que pedía borrar de la faz de la costa española la palabra chiringuito. Y no sólo. También quitarle a Ruano su calle en Madrid y cualquier honor que pudiera conservar su nombre. Ya le quitaron la plaquita en Sitges, ya ves, que eso es como retirar la placa de un vado. Infame, se le llama, y en ese infamar a Ruano hay algo horrible para un escritor, el propósito de retirarle la fama. De acabar con esa parcelita pequeña en la Posteridad que el autor se fue trabajando. Y todo por la reciente investigación sobre su vida. En ella no entro. Para ellos la perra chica. Y la gorda. Si me dijesen que Ruano y Hitler se hacían el bigote el uno al otro, como amantes que se colocan mutuamente el nudo de la corbata, no cambiaría demasiado mi estimación por él. Para empezar, no sólo voy a seguir diciendo la palabra chiringuito, sino que además me he puesto a escuchar a Georgie Dann, su inmortal tema homónimo, de modo que ya me he garantizado que por su efecto pegadizo tengo chiringuito para quince días.

“Un fantasma pícaro y deleznable, antisemita…”. Lo de deleznable casi seguro que sí. Lo de antisemita me atrevo a ponerlo en solfa. Ruano, como mucho, no fue nada. Un aventurero, un sablista, un cara. Pero fantasma no, vago en él, ectoplasmático, no había nada, el talento de Ruano era real. Absolutamente físico, contante y sonante en folios y en pesetas.

Los escritores no están para ordenar lo público, más bien para alborotar lo íntimo. Me espanta contemplar a un escritor señalando a quién hay que ponerle estatuas como si fuera un concejal de pueblo. Ahora se juzga al artista con la plantilla del intelectual (eso es un intelectual: un decideplazas) y me parece que al final con Ruano hay un prejuicio, algo que no se perdona, una cierta predisposición en contra que deriva y se explica por su insoportable talento natural. Su asquerosa facilidad. Su gracia, su finura, su lirismo putrefacto, ese desgarrito que se tiene o no. A mí Ruano muchas veces se me cae de las manos. Su costumbrismo me agota y su esteticismo me cuesta en los momentos más plastificados de mí mismo, pero cuando recupero el tono y no le pido imposibles… ¿No tiene su prosa una caprichosa acuidad que no tiene nadie? Una página de Ruano tiene más talento que muchas obras completas actuales. Admito lo de Espada, “huele a pachulí”, pero es que no todos podemos oler a ozono. En cualquier caso, este juicio literario, periodístico sobre César me parece pertinente y se agradece.

Pero lo otro… Ha habido escritores que han cascado a la mujer, menoreros, ladrones, quinquis, criminales, nazis, fascistas, comunistas, propagandistas maliciosos de horrores políticos de todo tipo y no retiraré nada de mi afecto hacia ellos. Y en el caso concreto de Ruano empiezo a considerar su lectura un acto de libertad y un fetiche estético en un país de escritores-comisarios. Porque además, si fuera todo lo que dicen que fue, lo fue junto a media Europa y por esa regla de tres de la profilaxis ideológica deberíamos ir de Ruano hacia abajo purgando de incorrectos nuestro parnaso. Nos íbamos a quedar con cuatro.

Él no lo consideraría dandismo, pero ahora mismo en España irse con una guayabera florida al chiringuito más próximo y abrir un libro de Ruano parece la mayor elegancia.