martes, 13 de mayo de 2014

Cuarta de Feria. La llamaban Trinidad (a la oreja)*


Novillo con pase de callejón

José Ramón Márquez

¡Menudo entradón en la primera novillada del Isidro 2014! Comparas la de gente que había hoy en la Plaza para ver novillos con los que había el día de la “gesta” de Juan del Álamo con una corrida de toros y te das cuenta de que o la gente se ha aficionado súbitamente a las novilladas, cosa harto inexplicable dada la inexistencia de un solo novillero que mueva el cotarro, o es que alguien hoy metió en la Plaza tres autocares de pañueleros adiestrados en las tácticas de Guerrilla Plaza de Toros, que consiste en hacer lo que hacía el Diamante Rubio (q.D.g.), pero en plan masivo. Yo más bien me apunto, como buen español, a la teoría conspirativa según la cual una mano interesada siembra la Plaza de una claque bien aleccionada para realizar su faena pañuelera en los tendidos.

Cabe la posibilidad de que las gentes acudieran en masa al reclamo del cartel de la novillada, pues es bien sabido que en ciertos círculos se fue corriendo la especie de que la ganadería de Fuente Ymbro era como una versión decente de la juampedritis. Según esa alambicada explicación, don Ricardo Gallardo o la persona que le lleve los asuntos ganaderos, se hinchó a comprar jandillas/juampedritis, pero lo que él quería era, precisamente, que no sacasen las características tontibobas, colaboracionistas, bovinas, artistoides de la marca principal, sino la casta, el empuje, la violencia del toro de lidia. Si así fuese, lo lógico hubiese sido que don Ricardo, exitoso industrial, se hubiese ido a comprar sus vacas a Guardiola o al Hoyo de la Gitana y no se hubiese dedicado a comprar a millón los toros “artistas” para luego echarlos a perder.

En realidad, lo que le pasó al señor Gallardo, lo que les pasa inexorablemente a casi todos, es que lo de Jandilla se le ha ido de las manos. El primer episodio de esa tragicomedia fue cuando sus productos empezaron a sacar genio y castita; ahí fue cuando ciertos jóvenes impresionables empezaron a hablar de FY como “ganadería interesante”. El segundo capítulo de esa historia previsible es el que se ha dado hoy en Las Ventas: el descaste, la mansedumbre, la distracción, el salto al callejón, la escarbadera, la ruina ganadera en suma. Un ganadero de los de antes, el Marqués de Villagodio pongo por caso, al acabar la corrida de hoy habría dado la orden de mandar mañana al matadero a una sensible parte de sus vacas, de esas jandillas reviradas, y a los machos que las cubrieron. Así se hacía en tiempos en que importaba lo que Fernández Salcedo llama “el honor de la divisa”, aunque me parece que en estos tiempos nuestros, las cosas que cuenta el gran don Luis, y que tanto nos emocionan, se estilan menos que los monóculos.

La bueyada trotona y distraída que mandó FY a Madrid tuvo, sin embargo, dos notas buenas: una, la presentación; esta corrida, fina y bien armada, por presencia, podría haber pasado por corrida de toros en muchas Plazas; la otra, lo tontos que eran, y permítasenos que, por humanidad, alabemos por una vez la tontería de los seis bichos, porque si llegan a tener un poco de mala intención, viendo lo que tuvieron enfrente, habrían montado una escabechina, y casi la montaron con los banderilleros, pues el único signo de casta que manifestaron los bueyes fue su insistencia en perseguir a los de plata a la salida de los pares, que hubo alguno que se salvó por muy pocos pelos y muy poca ayuda de sus compañeros.

Para matar la bueyada de Fuente Ymbro se anunciaron Mario Diéguez, Román (así, sólo Román), nuevo en esta Plaza, y José Garrido. Como rasgo principal de su actuación, común a los tres, es que se hincharon a mantear con el capote, un mogollón de lances, un cerro de chicuelas, unas tafallerastras, decenas de verónicas nasciturus, largas bastante cortas, galleos... llamaremos zapopinas genéricamente a todo ese magma capoteril, y así nos dejamos de dar vueltas. Los tres se hincharon a zapopinas, y con eso ya nos entendemos.

Resulta difícil comentar la actuación de Diéguez, basada en un andar por allí como medio ido y, a veces, irse de la cara del toro haciéndole como un desprecio. Tiene que cavilar mucho sobre su futuro.

Román trajo ese desparpajo bullanguero que muchos confunden con la disposición del novillero dispuesto a todo por encontrar el éxito. Los que vieron la presentación de novillero en Madrid de Curro Romero no recuerdan ni la más leve bullanga y sí el sello personalísimo de una clase de torero. Román ni trae clase ni trae sello, sólo bullanga para sacar de Madrid su fondo más aldeano y elevar de manera ostensible la categoría del coso de la Primera Plaza (de Pueblo) del Mundo, a la de Primera Talanquera del Mundo. Se puede decir que Román todo lo hizo mal, desde su recibo por estatuarios cruzados a un toro huidizo y mansísimo hasta sus deprimentes bernardas. No merece demorarse en él. Manejó el desparpajo como muleta y, ya que no toreó al novillo, se dedicó a torear al público, que se entusiasmó con el chico.

José Garrido tuvo enfrente el mejor toro de la tarde, para lo que ellos entienden por el mejor toro de la tarde. Fue el tercero -no pienso poner el nombre de ninguno de esos bueyes-, un castaño que dio la sensación de que lo mismo se rajaba, pero que se quedó embistiendo cuando le ponían el trapo, sin demostrar una mala intención respecto de su matador. Lo mejor del Apis es que ni siquiera aprendía de lo mal que le hacían las cosas, pero ni por esas fue capaz Garrido de enhebrar una serie o tres muletazos medio interesantes. Con el otro, como dijo el clásico, el toro era peor y el torero era el mismo.

Gorrones, al salón, toro en el callejón

La afición

 Vicente Llorca

 ¡San Isidro!

La mano de Román, nuevo en esta plaza

El romaneo de Román

La romana de Román

Plantón en la calle

Plantón en la grada

La España de Florencio

Lo que a Abella le importan los toros

Con José Garrido

Quite de la toalla

José Garrido

A porta gayola

 Y no hubo nada
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*Oreja concedida graciosamente por el presidente Trinidad y el asesor Calderón