miércoles, 23 de abril de 2014

Courtois





Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Courtois es ese portero que parece De Gaulle (de teniente en la Batalla del Somme) y que juega en el Atlético de Madrid en préstamo del Chelsea de Londres, a cuyo equipo lo entrena Mourinho, portugués odiado por su inteligencia (el odio del periodismo deportivo a la inteligencia es proverbial) y que habla un inglés grato en Londres, pero que ofende, por ininteligible, en Madrid, donde la única lengua extraña que se respeta es la del karaoke de Mas.

    Este año, la final de la Copa de Europa se juega en Lisboa, pero se ventila en Madrid, donde los empresarios de Arturo (Fernández, no Mas) esperan que los ingleses del Chelsea y los alemanes del Bayern se dejen en bares dos millones de euros, uno menos de lo que le costará (por contrato) al Atlético la alineación de Courtois, salvo que Cerezo, presidente del club, recurra a un “simpa” a lo Ada Colau, cosa que no le pega a un personaje famoso por sus contratos cinematográficos, que incluyen cláusulas interplanetarias, por si en Marte se descubriera un cine que exhibiera películas sujetas a derechos cerezanos.

    Pero el propietario del Chelsea, Roman Abramovich, es ruso, y todo el “agit prop” occidental está dirigido ahora contra los paisanos de Putin, a quien “The Economist” pinta de oso, como si fuera aquel oso madroñero con que los acreedores municipales perseguían a Manzano, alcalde de Madrid.
    
Para los propagandistas de la nueva guerra fría, Rusia es a la vez Guinea Bissau, que pasa hambre, y la Wehrmacht, que amenaza con invadirnos si Cerezo no le abona a Abramovich los tres millones de Courtois, y ahora no está aquí Franco para impedirlo, como impidió, según Mario Soares acaba de decir en ABC, que los marines de Ford entraran en la primavera del 74 en la península para atacar a los comunistas portugueses, que agradecieron el gesto incendiando en el verano del 75 el Palacio Palhava, residencia del embajador español.
    
Del atentado de Sarajevo… a la cláusula de Courtois.