sábado, 21 de diciembre de 2013

La loncha España, II


José Ramón Márquez

Leyendo esta mañana la columna de Hughes en los Salmonetes... me vino una añoranza de la loncha, loncha jamonera de cuando no sabíamos que existía el jamón ibérico, ni el cerdo ibérico, y el jamón que mejor conocíamos era el que dibujaba Escolar en las viñetas de Carpanta. Jamón sesentero, ubérrima manifestación del goce culinario, embellecedor de las cocinas alicatadas hasta el techo, aún despobladas de aparatos con enchufe. Jamón y loncha de jamón caracterizados a la perfección en las palabras de Manuel Benítez, El Cordobés:
«Cuando se es pobre se tiene hambre de todo, no sólo de pan [...] Yo araba o guardaba los cerdos de los demás ¿sabes?, un hambre, un hambre... y cuando pasa esto, uno piensa lo bien que estaría poderse comprar un jamón entero ¿sabes? Y colgarlo en la ventana y cortar una loncha siempre que uno quiere.»

Por eso, cuando se le pregunta en qué gastó el primer dinero que ganó con los toros, el de Palma del Río no duda en la respuesta:

«Me compré un jamón tremendo. Las primeras veces que toreé viajaba siempre con un gran jamón. Cuando llegaba al hotel lo colgaba de la ventana y luego iba cortando lonchas», y remata «hay gente a la que le gusta viajar con una amiga o con un amigo. A mí me gusta viajar con el jamón. El jamón es más que una amiga o un amigo. Nunca te traiciona. Se deja comer sin rechistar y te quita el hambre, y cuando se ha acabado y no queda más que el hueso, te puedes comprar otro y es siempre como si fuese el mismo jamón.»
Ese jamón que viaja con Benítez y que cuelga en la ventana del hotel, para que se vea desde la calle, es –junto al inalcanzable Mercedes– la gran demostración del lujo en los sesenta, cifrado en poseer un jamón bien grande, y que se vea, para demostrar que el hambre es ya historia. Benítez, «el torero de los pobres», utiliza en aquella época en que la TV comenzaba a implantarse, la imagen del jamón como espléndida metáfora perfectamente comprensible socialmente de lo que entonces era el éxito. Por eso no utiliza un peluco Rolex, ni un auto Ferrari, ni un chalet en Somosaguas... que nadie entonces sabe qué es todo eso. Por eso usa el jamón, que él solo expresa desgarrada y sobriamente el triunfo.

Ahora, cincuenta años después, cuando el recuerdo del hambre ya se ha borrado por completo del inconsciente colectivo, tanto como para que la gente compre pan negro sin escrúpulo e incluso se pueda contemplar la opción de declararse vegetariano, una caterva de comicastros de la mano de la cinera Bollaín se han apoderado del símbolo totémico a tanto alzado, para escupirlo por la TV de plasma loncheado, envasado al vacío y transformado en otra cansina manifestación de estomagante y consumista buen rollo, que es lo que toca, colocada entre medias del Axe Apollo y la colonia de Antonio Banderas.