viernes, 13 de diciembre de 2013

La Historia también está con Canorea


Canorea al aparato
Éste es el brazo que querían torcer los cinco magníficos de la tauromaquia ful


José Ramón Márquez

A veces conviene echar un poco la vista atrás para poner las cosas en su justa medida.

En el año 1910, el empresario de la Plaza de Toros de Madrid, a la sazón don Indalecio Mosquera, rompió sus relaciones con Ricardo Torres Bombita y con Rafael González Machaquito por no avenirse aquél a ceder ante las imposiciones y exigencias de los toreros. Esa feliz circunstancia fue la que sirvió para abrir las puertas de Madrid a Vicente Pastor y a Rafael el Gallo, a quienes las intrigas de la política taurina tenían relegados.

El público madrileño advirtió en seguida que ambos podían sustituir sobradamente a aquellos que tanto abusaban de él y alentó decididamente a aquellos jóvenes valores. Tan pleno fue el éxito de Pastor y de Gallo en aquella temporada que, después de haber triunfado en todas las ferias de importancia, y temerosos los otros de quedar postergados, viendo los ausentes el riesgo de quedar totalmente desplazados, se dieron gran prisa en claudicar de sus exigencias. Al año siguiente Machaquito rompió su pacto con Ricardo y al otro fue Bombita quien cedió ante Mosquera.

Dejamos al criterio de los aficionados valorar las ganaderías a las que cualquiera de los cuatro se tuvieron que enfrentar en aquellas temporadas y las condiciones de aquellas reses de hace un siglo.

Ahora, cinco toreritos que no se han visto jamás frente a un toro auténticamente de respeto, toreritos ignorantes de la lidia, toreritos aupados por los periodistas, cantados como figuras de época, dicen que no van a Sevilla. Es el momento de que Canorea siga el ejemplo de aquel buen empresario que fue Mosquera. El año pasado, con una corrida de Miura, deslumbró Manuel Escribano: llegaba a Sevilla con el bagaje de 9 corridas en 2011 y 7 corridas en 2012 y con unas ganas de no dejar pasar esa ocasión que la fortuna le presentaba en forma de sustitución.

En el campo, entrenando sin esperanzas, sostenidos por sus ansias de triunfo y devorados por el veneno de ser algo en el toro, hay un puñado de muchachos. Que Sevilla se abra a ellos. No pasa nada porque esos cinco no quieran torear.