lunes, 11 de noviembre de 2013

Capitanes Dreyfus y Casillas



Amanecer en Chinchón


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Francia tuvo el caso Dreyfus y España tiene el caso Casillas.
    
¿Y cómo hemos llegado a esto?
    
Pues… degenerando, que diría Belmonte.
    
Dreyfus fue un capitán francés acusado de topo de los alemanes, que eran los culés de la “belle époque”. Por el delito de alta traición, esa extravagancia contemporánea, fue condenado a cadena perpetua en la Isla del Diablo. La familia del capitán consideró injusta la condena y acudió a la prensa. Entre unos y otros comprobaron que el topo había sido otro, pero ya era tarde. Entonces Zola, un Pérez Reverte de su tiempo, publicó “J'Accuse”, alegato en favor de Dreyfus dirigido a la línea de flotación (qué poco se usa ya esta imagen en las crónicas deportivas) de la opinión pública, que es como se conoce a la opinión publicada, dividida a partir de ese momento en “dreyfusards” (partidarios de Dreyfus) y “antidreyfusards” (opositores a Dreyfus).

    Era 1898, el año en que los españoles nos dimos una generación literaria divertidísima e íbamos a los toros para celebrar la pérdida de Cuba (esto también es mentira, pero es demasiado hermoso para cambiarlo ahora), mientras en Francia Zola se mataba a café para escribir estas cosas:
   
    –A Francia se la puede servir con la espada o con la pluma. A través de mis obras, la lengua francesa se llevó a todo el mundo. ¡Yo tengo mis victorias!
 
Como Dreyfus, Casillas es capitán y ha sido acusado de tráfico de secretos en beneficio del Sindicato de Prensa, que lucha por el colegueo y contra la meritocracia, y que ha hecho suya la causa “Casillas titular” (dicen que así se impuso Sinatra como número 1 en las máquinas de discos de los 50), cuyo sentimentalismo navideño apela al corazón de las madres de España. Desde la campaña gonzalera del referéndum de la Otan no se había vivido en España un “agit prop” tan ofensivo a la inteligencia como el desatado en torno a la portería (“la cabaña”, dicen los mexicanos) del Real Madrid, que nos es presentada como la Casita del Árbol que Dios, que era carpintero, diseñó para Casillas en el Ikea del Paraíso, en la carretera entre el Éufrates y el Tigris, con su Eva, que se llama Sara, y con su Serpiente, que atiende por señas.

Diego López en su entorno
     
Diego López, que en el Bernabéu juega “troleado” por un anuncio corredizo que en las vallas le recuerda sin cesar que “Íker hace fácil lo difícil” (¿la suplencia?), es la sardina que pone un millón de huevos y no se entera nadie en lo que Casillas, que es la gallina, pone uno y lo cacarea hasta el hombre del tiempo, si no quiere hacerse sospechoso de fascismo para los Zolas de guardia.
 
Físicamente, el Zola de Casillas sería Carlin, hispanista y humorista, que lo mismo despacha una biografía autorizada para Mandela que un madrigal tuitero para Otegui. Ni éste ni los demás Zolas son finos, y esto hace que sentarse en el banquillo del Madrid sea como vivir en el bombo de Manolo el del Bombo.
 
¿Qué falta hacen cincuenta o cien cantaores para decir todos lo mismo? –se pregunta el cantaor a la vista de un orfeón.


RAMOS Y KLEKSOFRAFÍA
    Por Ramón Gómez de la Serna sabemos que la kleksografía o arte de los borrones de tinta es el arte de aprovechar el borrón que se cae en el papel y convertirlo en una figura pintoresca, organizada, elevada sobre su categoría de casualidad. Sergio Ramos es un kleksógrafo (futbolístico) que no sabe que lo es: vive de interpretar figuras pintorescas surgidas de sus propios borrones técnicos y profesionales de emborronador mayor de la defensa blanca. Ahora corre el rumor de que, siendo el segundo futbolista que más cobra, quiere que le paguen más en otro contrato que él firmaría, en vez de con firma, con borrón. Lo conseguirá.