lunes, 28 de octubre de 2013

El cocido de Carletto


Valgrande, Chinchón


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Que no le dé más vueltas Plutarco (si hablamos del clásico, tiremos de los clásicos): la vida paralela de Del Bosque, el marqués, es Ancelotti, el pacificador, dos grandes “administradores de egos”, como en el lenguaje de los tontos con eco se conoce a los cocedores de garbanzos.
    
Estoy más cerca de Del Bosque que de Mourinho –avisó Carletto la víspera de volar a Barcelona.
    
Y Cruyff, la vieja sibila, se apresuró a explicarlo: “Con Ancelotti el Madrid tendrá más señorío”.

    Que es de lo que se trata.

    Carletto, ciertamente, es, como Del Bosque, de careto descolgado, tal que el Pultofagónides de Plauto, otro clásico, gente que a mí nunca me dio buena espina, aunque tampoco es cosa de señalar.
    
Como Del Bosque, Carletto recurre en los partidos grandes a los tres centrales, con Ramos disfrazado de cerebro que los enanos del Barça confundieron con una calabaza de Halloween.
    
Tres horas antes supimos que Ramos jugaría así –confesó el Tata, que gracias al topo cambió al equipo.
    
Y como Del Bosque (un año para encontrarle un sitio a Zidane), Carletto no sabe qué hacer con el futbolista más caro de la plantilla: Bale, que en Barcelona jugó en el puesto del cojo, es decir, de palomero.
    
El Barça es una ruina y el Madrid es muy poco, por lo que la partida sólo podía resolverla el de la guadaña, Undiano, que hizo un arbitraje amoral (que le permite contar con la confianza del cántabro Arminio, que en las cosas del poder sólo compite en décadas y con Fidel Castro) resumido en un tuit:
    
La oreja de Bale y el hombro de Modric, pero la única mano, la de Adriano, no la ve.
    
Los enanos del Barça están viejunos y su Blancanieves, que es Messi, tiene el mal de la piedra. Carletto quiso matarlos a todos con una garbanzada de balines, pues este Madrid es otro cocido como el de Del Bosque: un puchero con los mejores (y más caros) productos del mercado, y que cada quien ponga nombre al garbanzo castellano (cantera, para el pipero), al morcillo, a la gallina, al tocino y a la punta de jamón.
    
Los clásicos odiaban el cocido.
    
Vendrá a mi casa... Le convido a un cocido en familia –dijo a don Eugenio d’Ors, que bajaba del tren en Zaragoza, un maño castizo que lo esperaba en el andén.

    Y D'Ors murmuró para sí:

    –Las dos cosas que más molestan: la familia y el cocido.
    
Me da igual la familia (ese hijo y ese yerno de Carletto que al parecer hacen piña en el Madrid), pero el cocido… no.

    Los clásicos gallegos tenían al cocido por nefasto, ya que invade sin darte cuenta las celdillas del cerebro, y si eres literato, escribes cuentos llenos de sentimentalismo cursi; si eres político, comienzas a notar la preponderancia de las palabras sobre las ideas; si, sencillamente, eres gente sin ambición, comienza a gustarte la oficina y la Puerta del Sol; y si eres futbolero…
    
Veo el cocido de Carletto y me acuerdo del de Del Bosque, que ganó dos orejonas a base de garbanzos. Pero también de aquel chico de los Soprano para quien el infierno era un pub irlandés donde todos los días era San Patricio.

    No quiero un Bernabéu de casa de huéspedes donde todos los días den cocido.




CRUYFF, FRANCO
Cruyff fue al Barcelona porque Bernabéu no quiso ficharlo (“no me gusta su jeta”). En Barcelona, de jugador, ganó una Liga (más importante, para la Prensa, que las seis Copas de Europa de Gento), y si no ganó más cosas fue por culpa… de Franco. “Si no querían que ganases, no ganabas”, dijo el fenicio holandés, preparando el clásico resuelto por… Undiano. (De entrenador, y gracias a que ya no vivía Franco, Cruyff ganó cuatro Ligas: dos de ellas servidas por Valdano en Tenerife y otra por Djukic en La Coruña.) Éste es el tío que, mirando por el señorío del Madrid, está contento con Ancelotti.