martes, 17 de septiembre de 2013

Elogio de Adalid


En Madrid, la tarde de Cuadri

José Ramón Márquez

El día 9 de mayo de 2010, quinta corrida de la feria de San Isidro, toros de Dolores Aguirre, salió en cuarto lugar el toro Guindoso, número 48, negro listón y descarado de pitones. El toro no se aviene a entrar al tercer par de banderillas y se aquerencia entre el 9 y el 10. Los esfuerzos de Carlos Hombrados con el capote no consiguen sacar al toro de su querencia hacia el tercio. Es entonces cuando Juan Navazo, marfil y azabache, se acerca con gran decisión a los tableros del 10, llama la atención del animal, lo cita y le deja en todo lo alto un superior par, al sesgo para unos, cuarteando de dentro afuera para otros, que pone a la plaza en pie ovacionando la torería, la decisión y el recurso de un peón que es, ante todo y sobre todo, un torero.

Al día siguiente otro peón, Vicente Yesteras,  juzgaba con laconismo la labor de Juan Navazo:

-¡Es un chuflas!
***


Viene esto a cuento de lo de Adalid, a quien llevan todo el año cicateando sus méritos de torero de plata que quiere hacer bien las cosas, que cumple su oficio con suficiencia y que transforma lo que usualmente es un mero trámite tedioso y ful en un espectáculo. Y que además, se lo hace a los toros de respeto. Bueno, pues hay voces entre los de plata, entre los de pluma y entre los de arte que censuran el protagonismo que se lleva Adalid a costa de los pares que les clava a los toros que la mayoría del escalafón no quiere ver ni en casa del taxidermista. Signo de los tiempos, que como tienen al personal entontecido con la pamema de que a los toros se va a ver arte, cuando sale un tío jugándosela con guapeza frente a un galafate saltan como Yesteras a decirle lo que no osarían decirle a un gordete que sale a torear con silla:

-¡Es un chuflas!
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Y es que lo que Adalid representa es, en persona, tan dañino para el tinglado que hay montado como lo es para ese mismo tinglado el toro de casta y de fiereza. Son simplemente cosas que no deben ocurrir, porque con la matraca que llevan dada a cuenta de que si los toreros se lo han pasado estupendamente toreando, de lo a gusto que han estado, de lo que se han divertido, del fandango que se pusieron a cantar mientras toreaban, no cuadra ni que el toro quiera coger ni que un subalterno presente más torería que la mayoría de los que se enseñorean del escalafón a base de amolar juampedros. En la tauromaquia 2.0 el matador es un artista y la cuadrilla son unos que andan por allí a no molestar y a recoger los jerseys y los sombreros de paja que echan las gentes al ruedo cuando los artistas dan la canónica y prescindible vuelta orejera al ruedo. Por eso es que para todos ellos, y especialmente para ese peón que sabe que su cobardía es la garantía de que estará puesto la siguiente tarde, un tío que se descara, que se luce, que chulea y que se lleva los aplausos:

-¡Es un chuflas!

***
Hay una aristocracia del toreo, que es aquélla que ha sido duramente bendecida por los pitones de Miura. Es la nobleza de los que han pagado el salario de la sangre a la leyenda de la A con asas. Y es que muchos toreros, muchas figuras, de los que están en activo y de los que se han ido del oficio, jamás se las han visto con un Miura de esos a los que Adalid les gana la cara de poder a poder para mirarles a los ojos mientras les clava el par de banderillas en todo lo alto.