martes, 21 de mayo de 2013

Pepe Luis

Francesc Pujols, el filósofo de Dalí

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Al leer la muerte de Pepe Luis he vuelto a oír el grito angustiado de Pujols, filósofo de Dalí que aspiraba a que los catalanes, sólo por serlo, al ir por el mundo, lo tuvieran todo pagado.
    
¡Cuidado! Este año se está muriendo gente que no se había muerto nunca.
    
Lo que sé de Pepe Luis Vázquez es por su estatua de confitería con el cartucho del pescado en Sevilla y por el artículo de Pemán a una beata en cuyo final hay un dicho que sugiere la gracia del personaje como no lo pueden hacer los seis cubos de bronce de la estatua.

    –A las beatas, querido José María, conviene escandalizarlas de quince en quince días –le tenía dicho D’Ors.
    
Pemán, para quien España estaba defendida por los Pirineos y por las beatas (¡que se lo digan a Mourinho!), dio con su beata en el tren: en tiempos de Primo había bordado un banderín, en tiempos de Gil Robles había copiado un censo y en tiempos de Franco hizo camisetas para soldados. En el vagón se habló mucho de política, y al final, de toros.

    –Entonces doña Rosa alzó los ojos de su “Kempis” para decir con dulce firmeza: “¡De todos modos, no hay torero más bonito que Pepe Luis!”
    
Eso no se puede decir del Talavante que la empresa de Madrid nos ha querido vender como el Gallito de los siete toros de Martínez: venía a cortar un par de orejas y se fue haciendo a dos toros guardias… por culpa de los toros, al decir de los revistosos.

    En palabras de Néstor Luján, otro catalán, Pepe Luis fue un torero precioso, desdeñoso, mágico y alegre, extraordinario, pero sin la tensión del luchador.

    –En el mano a mano del 42 con Manolete en Barcelona nos dimos cuenta de que Pepe Luis no iba a plantarle cara a nada ni a nadie.
    
Pepe Luis era la gracia, no la guerra.
    
Pero la gracia despachando miuras, no los dingolindingos de los de ahora, que ven un victorino y se suben a una silla, como Benavente con el ratón.
    
Por eso lo de que este año se está muriendo gente que no se había muerto nunca.