sábado, 25 de mayo de 2013

Madrileños en los patios

Ana Muñoz
 Sin flores no hay paraíso

Francisco Javier Gómez Izquierdo
 
Los telediarios y los suplementos de los periódicos animan a los madrileños a disfrutar Córdoba por San Isidro, por lo que todos los años bajan al califato batallones de gatos sin disciplina que quieren ver esos patios de tantas flores que les han contado que son “una preciosidad”.
         
Madrileño hay que pregunta con discreción y con acento burgalés por una calle, por un patio, por un barrio..., y uno, que todos los años tiene visita en estos días, invita al madrileño a que nos acompañe porque no lo va a lamentar. Otros hay que entran en los patios en modo de invasión y toquetean las plantas como si fueran nueces o manzanas. Las acercan a la nariz y comparan el tufo con un tiesto que riegan en Parla.  En los patios, que son particulares y en los que no se cobra por entrar, suele estar sentado uno de los propietarios, que se harta de corregir las malas costumbres de esa gente de la capital que no asimila tanta generosidad.

    -No me toque la orquídea, señoraaa...
    
-Cuidado con las gitanillas.... y usted, por favor...... que los pendientes de la reina son muy delicados.
   
-El bolso, señora, no se gire tan de repente que me deja sin hortensias...
     
Disfruto mucho con los patios, pero en fin de semana son ya un espectáculo de masas. Y desde lo de la UNESCO, mucho más. Por eso los recorro entre semana y charlo con las jardineras veteranas un año sí y otro también. Presumo ante mis amigos presentando a mis dueños favoritos y el madrileño de Soria que se unió en el paseo junto a mis amistades quedó encantado con Ana, la de la calle El Tinte, capaz de hacer crecer un vergel en el tapón de un rotulador.
      
Ana sólo viste blusas y camisas de flores, sus hijos son sus plantas y se pierde contando las macetas . No sabe las que tiene, pero su paciencia es infinita y su devoción floral inquebrantable. Su casa es de antes del siglo XVI y ella siempre ha cuidado del patio como hacían su madre y su abuela.

       -Mi abuela recogía el agua de lluvia en baldes, porque era mas “güena” y luego regaba con ella. El brillo de las hojas se consigue, es un secretillo que le he contado a mucha gente, con una medida igual de cerveza que de agua, una cucharada de aceite que sea de girasol y se riega por encima con un pulverizador...


 Camuflaje

 El universo de Ana

Pendientes de la reina