jueves, 14 de marzo de 2013

Miuras de Valencia con Papa. Los toros

Pitón de Galguero

José Ramón Márquez

Hay que estar en Valencia a ver a los Miura. En pos del toro. Lo mismo que otros se lo hacen en pos del arte, pero a los que somos de pueblo se ve que nos tira más la cosa del toro. Gran cartel para connoisseurs el de Valencia en este día 13 de marzo, que comienza con una Sede vacante y termina con un Papa austral, con Rafaelillo, Fernando Robleño y Javier Castaño en los carteles de la calle de Játiva.

Corrida cárdena de Miura, 290 arrobas de promedio, todos cinqueños y uno de seis hierbas. Corrida muy seria, muy bien presentada, muy lustrosa, astigorda como corresponde a su estirpe, larga, áspera, de mucho respeto. Por poner todo, digamos que un par de toros se escobillaron ligeramente un pitón y que la incompetencia del palco sacó el pañuelo verde al segundo, Cachero, número 66, un precioso toro cárdeno calcetero que fue presto al caballo, pero que andaba algo flojo de los cuartos traseros. El toro seguramente habría ido a más, y en cualquier caso se debería haber manifestado con él la misma indulgencia que usualmente se usa para con los detritus taurinos que torean las mal llamadas figuras, dado que uno de los atractivos principales del cartel era la divisa anunciada. Ya estamos acostumbrados a una horda de tontos que siempre quieren sacar pecho a costa de ciertas ganaderías aplicando la ley de un embudo en el cual la parte estrecha siempre les toca a las mismas ganaderías o toreros.
La corrida fue un corridón no sólo por su presentación sino también por su comportamiento, tan cambiante, tan imprevisible, tan vivo. Prevaleció la condición tirando a mansa tan característica de los toros de Miura, pero el interés que despertaron los toros durante el tiempo que estuvieron en la Plaza, lo imprevisible de sus respuestas, su violencia, su seriedad, hacía imposible apartar los ojos del ruedo mientras había toro. Los toreros estuvieron a la altura del reto y, cada uno a su modo, plantearon sus faenas con majeza, valor y voluntad, para ofrecer una completísima tarde de toros no apta para esos espíritus sensibles que acuden a la Plaza en búsqueda de desmayos, experiencias místicas, posturas femeniles o enajenaciones transitorias a causa de la estética.

Magnífica la manera de Javier Castaño de recibir a sus dos toros largando mucho trapo y rematando los lances por arriba, sin empeñarse en dar esas veroniquillas que todo el mundo quiere colocarle a todos los toros, sean como sean. Juego de brazos precioso, de la época del cine mudo y extraordinaria manera de hacerse con su segundo, Cuneta, número2, sacándolo al tercio con gran una limpieza y con una espléndida técnica de lidiador. De su cuadrilla no hay nada que decir más que parabienes. Lo mismo Tito Sandoval, un picador que además sabe montar a caballo, en las tres varas que cobró,  que Fernando Sánchez, que cumplió, que Adalid, suelto con las banderillas, que Marco Galán, que lidió con esmero al sexto, que Fernando Sánchez, un dignísimo tercero, la cuadrilla de Javier Castaño demuestra lo importante para un torero que es llevar junto a él una buena cuadrilla y lo inteligente que es el permitir el lucimiento de los componentes de la misma, sabiendo que los peones no le hurtan aplausos a su matador. En el debe de Castaño vaya su forma de matar, perfilándose en largo y por afuera y quedándose en la cara a la hora de herir.

Robleño se encontró con uno de los toros más difíciles que hemos visto en años. El burel se llamaba Habitante, número 71,  cárdeno oscuro y con más de seiscientos quilos, un toro que habría quitado el hipo al noventa por ciento del escalafón, figuras incluidas, agresivo, enterándose de todo, mirón y de aviesas intenciones. Es cierto que el toro podía haber sido mejor lidiado, que particularmente la lidia de este quinto -¡y dicen que no hay quinto malo!- fue un descalzaperros en el que el animal se iba enterando por momentos de todo lo que ocurría. El toro además no manifestó durante su vida pública la más mínima intención de bajar la cabeza, señorío miureño que no inclina su cerviz ni ante los reyes, por lo que quedaba plenamente invalidado para enfrentarse al noventa por ciento del escalafón, figuras incluidas. Robleño planteó una brava pelea al toro aguantando sus pavorosas tarascadas e ilusionándose en que a lo mejor le conseguía robar tres naturales, cosa a la que el funo no estaba dispuesto. Gran entereza y gran solvencia de Fernando Robleño en una pugna de poder a poder en la que el torero en ningún momento se arredró ante las fullerías del bicho.

Rafaelillo tuvo, como dicen los pelmazos, el ‘lote más potable’, que en este caso es un sarcasmo, pues las dotes de potabilidad del ganado eran bastante discutibles. Su primero, Galguero, número 25, fue el más pequeño del encierro, un toro muy bonito en la lámina miureña, negro entrepelado, con el que estuvo firme y tragando. A su segundo, Jerezano, número 72 le arreó una soberbia estocada que debería haberle valido, como mínimo, la vuelta al ruedo. Se perfiló Rafaelillo en corto frente al toro, le citó, le atacó en derechura y le dejó arriba una estocada impresionante hasta la gamuza. El toro se paró, miró un poco a su alrededor, y rodó como un fardo sin puntilla despidiéndose de esa bella manera de Valencia y de los pesares del mundo.
A las horas en que salíamos, ateridos, de la Plaza, reconfortados por la visión del toro y recordando la aversión tradicional que el papado, en general, ha tenido por las fiestas de toros, retornamos hacia Madrid desconsolados al pensar que estas nuevas circunstancias siguen sin ser propicias para que vuelva a haber de nuevo corridas de toros en Buenos Aires.
 El paseíllo

 Robleño, Castaño, Rafaelillo

 El tiro

 Gitaneo de capotes

 El sentimiento supersticioso de lo sacro

 Abriendo plaza

 Galguero

 Castaño y Robleño

 Rafaelillo apurando el cáliz

 Más agua para pasar el trago

 Vamos, que nos vamos

¡A lo negro!

 Cachero

 Robleño a recogerlo

 Vuelta y vuelta

 Un toro

 Cachero renqueó...

 ...y un presidente por accidente lo echó

 Estupor

 Pasotismo

 ¡Que hemos venido a ver miuras!

 Orejillo

 Castaño a recogerlo

 Adalid a la expectativa

 Con los palos

 Cruzando los dedos

Al lío

 La reunión

La ovación

 El brindis de Castaño

 Aguardando acontecimientos

 Tras los muros de la Sixtina

 Habitante

 Calvario de Robleño con Habitante

 Instante del Habemus Papam

 Atardecida

 El peón de moda

 Marco Galán

 Arranque de Castaño

 Frío entre noticias

 Arrastre