viernes, 1 de febrero de 2013

José Tomás arroja la flauta

Boix
José Ramón Márquez
 
Leo en un twit de @clarinrne, o sea del programa Clarín de Radio Nacional de España, que es muy posible que en los próximos días se anuncie la ruptura de relaciones profesionales entre José Tomás, el Pasmo de Galapagar, y el flautista Boix, su apoderado o lo que sea durante los años de su segunda venida.

Los dimes y diretes alrededor de Tomás básicamente me importan un bledo, salvo por la mofa que acarrean. Comprendamos que un señor que se dedica a hacer galas precocinadas, como un Georgie Dann vestido de luces, con todos los trucos preparados como Oliver y Txagu Magu,  empezando por los torillos esos que se saca de la chistera, y seguido por una legión de conversos del Inserso Taurino, que van tras él como quien va a la curva a ver aparecer a la chica de la ‘leyenda urbana’, dispuestos a derretirse ante el más mínimo mohín que perpetre la deidad, no son mimbres que apetezcan mucho a quien gusta del toreo desgarrado, de poder a poder, contra el toro que mete miedo.

Seguramente que las noticias de los periodistas de Clarín vengan de unas buenas fuentes. Yo, por lo pronto, me lo creo a pies juntillas. Y especialmente ahora ya que Luis Abril no tiene que estar todo el día con la cosa de la Telefónica, la cuestión se hace más verosímil, pues es hasta posible que el ex-directivo haya decidido aplicar sus conocimientos de mercadotecnia a su campeón, encargándose él mismo del apoderamiento del Ciprés Berroqueño, lo que le permitirá estar mucho más próximo a su ídolo y así poder caer con más frecuencia en el ‘Sindrome de Stendhal’ que, según propia confesión, a veces le produce la contemplación de los birlibirloques del Comandante de Puesto de Galapagar.
 
Lo que si es seguro es que ni con Boix, ni con Abril, ni con el lucero del alba, Tomás vaya a tener redaños para presentarse en Madrid con el toro de Madrid que, aunque lleve en el anca alguno de los hierros que a él le gustan, tienen en la capital un no sé qué que les hacen menos apetecibles que en otros sitios; y luego está, además, esa gente tan maleducada que hay en los tendidos, él que torea para conversos.

Lo ideal para el mito de Tomás es que el pétreo prefiera mantener su estrambótica leyenda y esa actitud tan marianesca -de Mariano Rajoy- de no explicarse ni hablar, antes que dilapidar su crédito en una actuación en Madrid que, por la causa que sea, pero esencialmente por las condiciones actuales del propio torero, no vaya a llegar a estar a la altura de lo que algún optimista podría esperar. Claro que esto se dice pensando en que acaso le quede algún rescoldo del diestro que fue en aquellas épocas en que nos hizo concebir tan altas expectativas en torno a su figura, cuando su nombre era sólo José Tomás, un hombre, un torero.