domingo, 27 de enero de 2013

El fantasmal caso de Amy Martin

El talento multidisciplinar de Amy Martin
(Colección Look de Té)

Jorge Bustos

Habíamos oído hablar del gol fantasma, del avión fantasma, de la empresa fantasma, de los brotes verdes y ahora la impar picaresca sociata nos presenta a la articulista fantasma, que no es exactamente un negro literario, porque la espectral Amy Martin escribía como un negro pero cobraba como un blanco. Y blanco colonialista, oigan: 3.000 pavos el artículo, que ni Ruano en la cresta de su gloria ni el dandi más mimado entre los veladores del Café Gijón. Ni el mismísimo Arturo Pérez-Reverte recién regresado de Mostar con la libreta salpicada de cuajarones de sangre serbia.

Si hubo un tiempo en que nuestra febril imaginación fantaseaba con emular a Julio Camba, hoy ya sólo envidiamos el talento multidisciplinar de Amy Martin, que lo mismo disertaba sobre la central de Fukushima que sobre la medición de la felicidad o la industria del cine en Nigeria, siempre con la sobrada competencia que en España sugería la reverberación americana de su nombre. La amplitud de sus intereses, la versatilidad de su pluma, el descaro de sus facturas la elevaban –del mismo modo que su tocaya Amy Winehouse pasaba por reina del soul– a reina de la colaboración a tanto la pieza: auténtica María Dueñas del párrafo de progreso. Porque Amy arrendaba sus cogitaciones a la Fundación Ideas, título sin duda excesivamente generoso para un think tank fundado por Jesús Caldera –a quien no vemos moderando un debate entre Popper y Wittgenstein– a instancias de Zapatero, cuya bibliografía se limita al preámbulo de la Ley de Memoria Histórica y un prólogo a Borges en edición de bolsillo. El propio Zapatero, alquimista de la nueva feminidad, había ensayado con diferentes carteras ministeriales como si fuera Mendel con sus guisantes en pos del encaste frankensteiniano de la perfecta progresista, y he aquí que una noche de tormenta un relámpago quebró el negro cielo y bajando por el pararrayos de la Fundación Ideas confirió vida mercantil a la fantasmagórica criatura, que en ese momento se incorporó y rompió a escribir lugares comunes de la socialdemocracia como si los fueran a leer.

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