miércoles, 1 de agosto de 2012

Toros y pobres

Los Gallos en su visita a la casa de Misericordia de Valencia, donde
entregaron como donativo 250 pesetas. En el medallón, retrato de
Bombita hecho al salir Ricardo después de donar igual suma.
Los niños de la Beneficencia parecen criminales...

José Ramón Márquez

Julián y los pobres, Julián y los desposeídos. Julián, que es hombre que por ello nada humano le es ajeno, se preocupa con devoción por aquellos a los que la fortuna no ha favorecido con su sonrisa. Los niños pobres son los beneficiarios del altruismo de Julián, los pobres novilleros a los que echan toros que les quieren coger, también. En este momento, Julián es como ese Roy Batti, el replicante de Blade Runner que vio cosas que nosotros, los humanos, no creeríamos. Julián es el replicante taurino que ha visto juampedros de lengua que llega al suelo pidiendo la muerte por caridad, que ha visto cuvis lánguidos trastabillando al tropezar con la bosta de un penco, que ha visto a los domingohernández derrengados después de darse una carrera por el ruedo de Pontevedra, y que sabe que todos esos momentos se perderán como lágrimas en la lluvia. Time to die. Time to julipié.
 
Para perpetuar su memoria, para acrecentar su gloria si aún cabe más el Pulgarcito de Velilla, el No One Man de la torería se ha marcado el farol de regalar unas perras a los niños deposeídos, haciendo gala de una caridad noventayochista que está tan fuera de lugar de este mundo contemporáneo tanto como lo está Julián de los cánones del toreo puro.

En los años diez del siglo XX, los Gallo, Rafael y José, y Ricardo Torres, hicieron obsequio de 250 pesetas a los niños desamparados de Valencia, niños que parecían ancianos con indescriptibles caras en las que se pintaba el sufrimiento y las penurias de una sociedad aún no desarrollada. Julián declara que va a hacer todo lo posible por llevar el mundo del toreo a los jóvenes, y se lo dice a un pelmazo tertuliano de la radio que se llama Herrera, que parece que habla desde el interior de un odre con su impostada voz y que aburre a los oficinistas cuando van semidespiertos de camino a su trabajo, metiéndoles en el cuerpo el cerote de las grandes e incomprensibles causas de la ciencia lúgubre que el propio Herrera ignora.

Herrera y Julián, vis a vis, apoteosis de la calabaza hispánica. Menteur el uno con sus puros de Filemón Ciclón y el otro de su impostada generosidad de quien ve que no es capaz de mover la taquilla, torero prescindible que jamás va con toros y que trata de ocultar sus renuncias constantes echando al aire el señuelo de su caridad con una infancia de la que ya se ocupan las instituciones serias sin necesidad de la plagiaria compasión del Doris Gray de Velilla.

A cada cual, lo suyo. Menos caridad y más toros, Julián, que se ve el plumero.