martes, 12 de junio de 2012

Historia de Cocheroncero

Al paso, al paso

Al trote, al trote

Al galope, al galope

¡Y al cielo con el penco!

FOTOS DE ÁLVARO PASTOR
 
José Ramón Márquez
 
Siempre pasa igual, que una cosa es lo que importa y otra lo que un montón de peña dice que importa. Como si la prima de Riesgo valiese igual que aquella dama que tanto nos enhechizaba, y como si en el momento final fuese a venir a nuestras mientes todo el absurdo del Ibex35 y no la suavidad de aquella piel, en aquella gloriosa tarde.

El 25 de abril de 2010, mientras en Aguascalientes yacía, a causa de la cornada de un torillo y al calor de los medios adictos, un hijo del siglo llamado José Tomás, mientras los revistosos se dedicaban a magnificar una vulgar cornada, de una forma que habría hecho sonrojar a todos los que cien años antes, sin penicilina, recibían cornadas que indefectiblemente les llevaban a la muerte o a la amputación, había toros en Sevilla, que para eso era Abril.

Y en la Plaza de Toros de Sevilla, aquella tarde, con su divisa verde y negra, había un encierro de Miura, con quien tantos que se dicen toreros no quieren saber nada. De sobrero, Cocheroncero, número 25 (guarismo 5), del Conde de la Maza. Cuando el pañuelo verde de la presidenta mandó de vuelta al chiquero al quinto de la tarde, Removido, número 25, fue la hora para que saliese al albero el Cocheroncero a proclamar que no hay quinto malo, lanzando sus cincuenta y tres arrobas contra el caballo que montaba Alventus, Antonio Núñez Requejo, y peleando en varas de acuerdo a su casta de los antiguos Villamartas, defendiendo su vida, haciendo imposible el tercio de banderillas y proclamando en la muleta su peligro de toro de lidia para honor de su divisa roja y negra.

Luego, cuando las mulas arrastran al toro, algunos espíritus sensibles le silban, porque Cocheroncero no servía para ponerse bonito delante de él, ni para marcar posturas, ni para estilismos depurados de ¡ay! y ¡bien! Cocheroncero servía para que un torero (Juan José Padilla) proclamase a los cuatro vientos que él era capaz de hacer algo de lo que muy pocos hombres son capaces: mirar de frente, voluntariamente, a la muerte y burlarla con oficio y con un trapo rojo.