viernes, 20 de abril de 2012

Y así más fuerte poder cantar

Scarlett Johansson

Jorge Bustos

En un libro de madridismo niño y eterno que va a publicar en breve y que sería una estupidez no comprar, dice Jabois que su vocación profesional, de no haber escrito, sería propiamente la de chico de los recados. Ir de aquí para allá comprando el pan, trayendo la prensa, echando la quiniela y parándose en el ínterin –como un funcionario con el café– a jugar al guá con el resto de chicos de los recados del pueblo. Es una vida maravillosa y útil esa, y uno, aunque escriba, prueba de vez en cuando a encarnarla por mi barrio de Las Cortes a ver si me cruzo con un par de ministros, que en el fondo no deberían ser otra cosa que chicos de los recados que en vez de echar la quiniela echan los Presupuestos Generales del Estado.

Así que ayer salí de casa dispuesto a hacer todos los recados que se me pusieran por delante. No había caminado una manzana cuando vi un Marco Aldany y, sin miramientos, me metí dentro a explorar el lado silvestre de la vida. Uno es de decisiones tajantes, qué se le va a hacer. Vi la oportunidad y entré, y por supuesto me cortaron el pelo. Me lo cortó una diva de reality con un aire a Scarlett Johansson, y yo tengo dicho en Twitter que la Johansson está sobrevalorada, pero nada dije acerca de rechazar sus sedosos masajes sobre mi confiada nuca, llegado el caso. Mi Johansson de polígono me pinzaba dulcemente las greñas rubias con el corazón y el índice, y con la otra mano empuñaba unas tijeras frenéticas, de una voracidad metálica y crepitante, que iban acuchillándome paralelamente las puntas de la melena, raseándome la chola como si fuera el césped de La Masía. (Yo recordaba la greguería de Ramón: “A un calvo le sirve un peine para hacerse cosquillas paralelas”). Aquel tableteo de sus yemas me mantenía despierto, me ahorraba la cafeína estigmatizada por Beteta.

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