sábado, 7 de abril de 2012

La Canina




Ignacio Ruiz Quintano
Abc Cultural

En el cuarto del hotel, sobre las sillas vulgares de los comisionistas, colgaba, nos dice Foxá, su taleguilla Manolete. Y llegaban escritores, políticos, banqueros; y en el aire cursi del casino (por una vez con Grandes de España), las señoritas provincianas le pedían autógrafos para sus abanicos.

El limpiabotas, cordobés, preguntaba: “¿Qué hora es, señorito?” “Las seis y media”. “Él, estará matando su segundo toro”.

Como el limpia con Manolete, así yo con la Canina.

Ellos (mis amigos más raros), hoy, sábado, estarán cargando con la Canina, ese esqueleto con guadaña que desfila por las calles de Sevilla.

De la Canina se decía que sus costaleros eran una leva de última hora por los bares de Híspalis, el pueblo de Don Latino, bajo la promesa de un trago. Y se decía que, llegado el caso, cobraban por el encargo de acercarse a un balcón para señalar, como en la sociedad laica hace el cobrador del frac, a algún pirulero o hacedor de pirulas.

Mors Morten Superavit.

O la muerte que venció a la muerte.

La Canina es un pensador en los huesos sentado en el globo del mundo doscientos años antes de que Rodin sentara al suyo, desnudo, ante las puertas del Infierno.

Sevilla tiene mucho azahar, sobre todo en Semana Santa, y el resto del año ya todo es vitriolo, mucha mala leche –le dijo una vez Vicente Tortajada a Alfredo Valenzuela.

Vicente Tortajada fue el autor de “Flor de cananas”: una vez lo sentaron a la mesa del presidente del Gobierno y, “mientras otros hablaban en endecasílabos de esa contradicción que es la política cultural, él contó un chiste de leperos”.

Después concedió una entrevista y un periodista puso en grande que Tortajada había dicho que las cofradías son la masonería sevillana.

Se me pusieron los pelos de punta; y mi madre me llamó: “Vicente, por Dios, bueno está que no escribas cosas bonitas, pero que hables…, mira a ver lo que dices.”

Y pienso en la Canina.