jueves, 15 de marzo de 2012

Cocido

Jorge Bustos, el ala culta del joven periodismo, ayer en La Daniela

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Antes de Zapatero, en España se trabajaba para no comer garbanzos, porque el ideal de la clase media era el menú de Torrijos, a base de crustáceos, “y ningún otro cielo”, por decirlo como lector de Abelardo Linares.

Después de Zapatero, toda España es un cocido.

Yo mismo, hoy, he compartido un cocido con el ala culta del periodismo joven, pues la otra ala sólo come adjetivos.

En Madrid, el espectáculo de la crisis está en las cocinas. Todos los despedidos por el escotillón del zapaterazgo han invertido la indemnización en un bar, y a las once de la mañana las cocineras madrileñas atizan sus balines en los pucheros de las Casas Pepes como Mr. Higgs sus bosones en las retortas del Cern.

Cuando Llamazares, que no ha trabajado en su vida y ha tenido tiempo para estudiarlo, dice que vuelve la lucha de clases, algo de razón lleva. El obrero ya no acude al cocido del bar, pues ha regresado a la fiambrera. Su lugar en la mesa lo ocupa ahora el oficinista, que come en silencio, como sumido en la ensoñación que le produce haber pasado del baile de las bolas del bingo al baile de los garbanzos, sin otro consuelo que las noticias del avance de la democracia en Libia y Egipto.

Decía el chico de los Soprano que el infierno era un pub irlandés donde todos los días es San Patricio, pero le supera la idea de una taberna madrileña donde todos los días hay cocido.

Cómo será lo del cocido que el socialismo de alpargata (que no excluye las estolas Benarroch) ha recuperado a Caldera, su gran Pultofagónides, para una comisión de Empleo en el Congreso.

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Un cocido con vistas a N. P. Jesús de Medinaceli