viernes, 4 de noviembre de 2011

El ciclofascismo


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

De la leyenda medieval de la ardilla que cruzaba la península de árbol en árbol a la leyenda contemporánea de la ardilla que la cruza de tonto en tonto, pasando por esa cosa madrileña, municipal y vanguardista (no sabemos a dónde vamos, pero caminamos en vanguardia), que propone a las ardillas del Retiro bajarse en bicicleta al río.

Una vía ciclista Alcalá-Puerta del Sol-Mayor-Cuesta de la Vega-Segovia –promete la concejala Botella, que va para alcaldesa.

La afición de la derecha al ciclismo es literaria y no lo sabe: arranca con Echegaray, pasa por Giménez Caballero y Franco y culmina en Botella/Gallardón, cuyo plan de taiwanización de la capital con la maquinilla del manubrio y el pedal tiene entusiasmada a “la generación más preparada de la Historia”.

Echegaray es un Steve Jobs castizo, entre galeoto y Guerrero, que ve en la bici “el caballo de la clase media”. El vitalismo fascista hace el resto: Giménez Caballero ve en la bicicleta “el vehículo de la clase productiva”, un tembloteo de odalisca en la funcionaria y en la obrera.

El obrero y la obrera forman con ella su caravana de ida y vuelta de la fábrica, el morral a la espalda, la herramienta atada al cuadro.

Franco, que es así, le dice entonces a Ridruejo que lo que los obreros necesitan es bicicletas, no sindicatos. Pero no tiene redaños para poner al obreraje a dar pedales, que es el desafío que en Madrid, para felicidad de la izquierda, que tampoco ha leído a Giménez Caballero, han hecho suyo Botella/Gallardón...

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