miércoles, 28 de julio de 2010

¡La corrida, estúpidos!

No confundir al fatuo Chus Mosterín (arriba)
con la maravillosa Julia Caba Alba (abajo)


José Ramón Márquez

Jesús Mosterín se retrepó en el sillón de su despacho del Centro de Humanidades. Toda la mañana había estado recibiendo llamadas, pero él, deliberadamente, no las había atendido. Se encontraba nervioso y no estaba para atender teléfonos. Esperaba el resultado de las votaciones del Parlamento de Cataluña, esa causa noble en la que él había tenido un papel tan principal desde su altura ética de gran pensador, y no estaba para conversaciones.

Por un momento se le pasaron por la mente algunas imágenes de su pasado, de su época de Profesor No Numerario, de la época en que redactó su tesis doctoral, de los momentos vividos junto a Félix Rodríguez de la Fuente, de su innegable decisión de apoyar la ecología como una suerte de ética contemporánea alternativa a la sima de la religión.
Aparecieron súbitamente en su cabeza algunos otros aspectos de su propia biografía que le agradaban algo menos, algunas renuncias y pequeñas traiciones que sólo él conocía íntimamente y algunas motivaciones personales tan suyas y que ahora, curiosamente, se mostraban tan presentes y, por qué no decirlo, un poco incómodas. Voló con su recuerdo a las viejas reuniones en Salvat cuando pusieron en marcha la enciclopedia Fauna, el día que cobró su primer talón y, por un momento, se envaneció pensando en el tramo tan fecundo que le había llevado desde aquellos remotos días de Barcelona a esta realidad suya de hoy en día de hombre reputado intelectualmente, sembrador de ideas, creador de opiniones, hombre de ética y de progreso a carta cabal.

Abrió el navegador de su ordenador y buscó -como no podía ser de otra manera- el diario El País, su norte y guía durante tantos años y hoy en día la publicación que de cuando en cuando le abría sus páginas para que pudiese divulgar entre las gentes algunas partes de su pensamiento fecundo. Leyó:

“Cataluña prohíbe los toros”

Por un momento cerró los ojos y se agolparon en su mente muchos momentos, infinidad de recuerdos, de gentes y de personas que como él habían luchado por la prohibición de aquella barbarie, se enorgulleció de nuevo de la altura moral de su pensamiento que le permitía dictaminar sobre la bondad y la maldad, sobre lo lícito y lo ilícito desde una perspectiva aristocrática, la aristocracia de la pura razón que a veces se tiene que imponer a las formas soeces y vulgares del pensamiento de inculto. Distraídamente, al girarse, dejó caer unos papeles que había sobre la mesa. Se inclinó a recogerlos y sus ojos se fijaron en uno de ellos. Era una fotocopia del libro Corriente Alterna, editado en México en 1961. Leyó:

“El instante se disuelve en la sucesión anónima de los otros instantes. Para salvarlo debemos convertirlo en ritmo. El happening abre otra posibilidad: el instante que no se repite. Por definición, ese instante no puede ser sino el último: el happening es una alegoría de la muerte.
El circo romano es la prefiguración y la crítica del happening. La prefiguración: en un happening coherente con sus postulados todos los actores deberían morir; la crítica: la representación del instante último exigiría la extirpación de la estirpe humana. El único acontecimiento irrepetible: el fin del mundo.
Entre el circo romano y el happening: la corrida de toros. El riesgo, pero asimismo el estilo.

-¿Y esto?, se peguntó después de leer el párrafo.

¿Octavio Paz? ¡Ah, ése! Primero estuvo en la Alianza de Intelectuales Antifascistas y luego se dedicó a denunciar las violaciones de los Derechos Humanos en las dictaduras comunistas. Y de los animales ni una palabra. Siempre con la poesía, siempre con la maldita poesía a cuestas. ¿No se daba cuenta de que las tendencias a la violencia y la agresividad que acechan en la naturaleza humana, requieren de limitaciones a la libertad individual? ¿Y qué decir de las tendencias a la intolerancia y a la desviación del pensamiento? ¿Acaso no justifican también de limitaciones a la libertad?, digo yo. Pero para Paz, todo es muy teórico y sin poner los pies en el suelo, el señorito, el embajador, el exquisito que habla de la muerte, que yo sí que sé lo que es la muerte en vida. ¿Y la ecología, qué diablos, y los derechos del animal? ¿Y por qué me han tenido que venir ahora a visitar estos pensamientos en mi propio despacho en este momento de triunfo?

Maldito fascista, Paz.