domingo, 27 de junio de 2010

"La decencia es poco fotogénica"


MIGUEL D'ORS
Poeta



Alfredo Valenzuela
Abc de Sevilla

Poeta, nieto de Eugenio d’Ors, profesor de Literatura de la Universidad de Granada, donde fue compañero de García Montero y Fortes, va a contracorriente, como demuestra en sus dos últimos libros, ambos publicados en Sevilla, los diarios «Más virutas de taller» (Los Papeles del Sitio) y el poemario «Sociedad Limitada» (Renacimiento).


—¿Tan limitada ve la sociedad de hoy como para titular «Sociedad limitada» su último libro?

Sí, y la incapacidad de muchos para ver las limitaciones de esta sociedad es probablemente una de las mayores limitaciones de esta sociedad.

—¿Por eso afirma que el mundo actual es como los espejos del Callejón del Gato, que sólo los deformes aparecen con buena figura?

Mire qué clase de personas son populares, admiradas y ricas, y verá qué poco fotogénica resulta hoy la decencia.

—En un poema de ese libro se despacha contra los periodistas…

No tengo el menor interés en aparecer en los medios de comunicación, y cada vez que respondo a las preguntas de un periodista siento que le estoy haciendo un favor, aunque sólo sea porque es él quien va a cobrar por mis palabras. Lo menos que puedo pedir al entrevistador es que no me haga preguntas enfadosas, ¿no le parece?

—No escribe para hacer amigos…

Pero se pasmaría si supiera la gran cantidad de personas que son amigos de Miguel d’Ors.

—¿Le asusta la soledad?

No. En el fondo, la soledad es mera pobreza de alma. Uno puede estar físicamente solo y no estar en soledad, y, al contrario, puede estar en soledad en medio de la multitud, que es la forma típicamente moderna de la soledad. Ahora mismo hay en Nueva York o en Madrid mucha gente más sola que los padres de la Tebaida en su yermo, simplemente porque tiene el espíritu vacío.

—¿Le molestan los simpáticos?

En absoluto. Y a ratos yo también soy uno de ellos.

—¿Qué son los «extremistas de centro»?

Los que no están ni con el ladrón ni con el policía, sino en el justo medio. Suelen ser gente tonta, cobarde o —lo más habitual— las dos cosas a la vez.

—¿De verdad prefiere hacer la guerra antes que hacer el amor fuera del matrimonio?

Pues claro. Como católico, creo que, en ciertas condiciones, una guerra puede ser justa, mientras que los actos sexuales —porque a esto se refiere actualmente la expresión «hacer el amor»— fuera del matrimonio son injustos siempre.

—Su abuelo don Eugenio dividía los poetas en albaricoqueáceos y melocotoneáceos…

Don Eugenio prefería los poetas «melocotoneáceos» porque era partidario de la poesía con un meollo conceptual; uno tiene un criterio más amplio.

—Se cuenta que su abuelo «obscurecía» sus textos si su secretaria los entendía a la primera…

Mi abuelo soporta uno de los anecdotarios apócrifos más voluminosos, acaso sólo comparable, en el ámbito literario, a los de Valle-Inclán y Benavente. Esta historia del «oscurezcámoslo», tan traída y llevada como la de «los experimentos, con gaseosa», probablemente nunca sucedió. O nunca le sucedió a él. Desde luego, les pega más a otros. Pero no me pida nombres, que hoy tengo un día pacífico.

—¿Sería capaz de mejorar su definición de «progre», según la cual es la persona muy preocupada de parecer progresista?

Ahora mismo no.

—¿Y tiene esa definición algo que ver con lo que denomina «memocracia»?

Algo sí, pero no mucho. La memocracia, que fácilmente se confunde con la democracia, es el gobierno de los memos; y, aunque es verdad que todos los «progres» son memos, no todos los memos son «progres». Hay también mucho memo de derechas.

—En cuanto se ha jubilado, se ha marchado de Andalucía ¿no habrá huido?

En rigor no me marché de, sino que me fui a. En cuanto a Andalucía, no creo que haya en el mundo muchos lugares tan hechos a la medida del hombre.

—¿Qué echa de menos de la Universidad?

Sobre todo, la biblioteca y el contacto con los alumnos. En la España de hoy la Universidad pública no ofrece muchos motivos para la nostalgia.

—¿Qué opinión le merece cómo se resolvió el conflicto entre Fortes y García Montero, compañeros suyos?

Se resolvió, en lo sustancial, como debía resolverse. Lo más interesante de tan deplorable caso fue el contraste entre el grandísimo apasionamiento con que la gente se pronunciaba sobre él y el pequeñísimo conocimiento que tenía de los hechos, claro indicio de que había factores ideológicos por medio.

—¿Cómo mantuvo la calma y no desesperó cuando se perdió en la montaña?

Fueron cuatro días. Mantuve la calma porque era el único medio de no cometer errores que habrían sido funestos y porque a la sazón llevaba treinta años en el oficio. La esperanza la mantuve porque creo en Dios y pienso que, contemplado a la debida distancia, todo cuanto nos sucede es bueno.

—¿Qué busca un montañero en la montaña?

Se busca a sí mismo, pero con una talla más que la que tenía en la montaña anterior.