miércoles, 9 de junio de 2010

66 Años del Día D / Cuatro


D-Day

RUMBO A LA VICTORIA

IV
Ernest Hemingway
Collier's, 1944

Era una oscura lancha rápida que montaba dos ametralladoras. Se alejaba bamboleándose de la playa con el motor a pocas revoluciones. Dando voces, Andy preguntó a los que navegaban en ella:

-¿Pueden indicarnos qué playa es ésa?

-Dog White –contestaron.

-¿Están ustedes seguros?

-Es la playa de Dog White.

-¿Lo han comprobado? –insistió Andy.

Y los otros repitieron:

-Es la playa de Dog White.

Tras de esto, la hélice de dicha embarcación revolvió el agua produciendo espuma blanca y se alejó de nosotros. Esta circunstancia me desanimó, pues todos los detalles que ofrecía aquella playa coincidían con los de las de Fox Green y Easy Red. La línea de acantilados que determinaba el extremo izquierdo de Fox Green se mostraba con toda claridad. Cada edificio aparecía en su sitio y el campanario de la iglesia era el de Colleville y no otro. Por la mañana yo había estudiado la configuración del terreno, los datos de todos los obstáculos y de las obras de fortificación, y recordaba haber preguntado al teniente de navío W. I. Leahy, comandante del transporte Dorotea M. Dix, al cual pertenecía nuestra lancha, si nuestro ataque era sólo una acción para divertir a las fuerzas enemigas. Me había contestado: “En absoluto. ¿Por qué lo pregunta?” “Porque esas playas tienen defensas naturales casi inexpugnables.” A lo que Leahy había respondido: “Las fuerzas de vanguardia del Ejército limpiarán de obstáculos y de minas los canales y el acceso a las playas en el transcurso de cuarenta y cinco minutos después del inicio de la operación. Su misión es preparar los canales para que las lanchas desembarquen el grueso de las fuerzas.”

Quisiera poder describir lo que supone el paso de un transporte por un canal libre de minas, esto es, la exactitud matemática de la maniobra, los innumerables pormenores, la precisión cronométrica y la medición del tiempo por fracciones de segundo que ha de emplearse en cada operación desde que se levan anclas hasta que se arrían las lanchas y se dirigen a un estrepitoso y agitado punto de reunión, de donde parten para ocupar su lugar en el desembarco. Mas describirlo se llevaría un libro, y aquí se trata sólo de relatar lo que ocurrió en una LCVP el día en que se tomó la playa de Fox Green.

La impresión era que ninguno sabía dónde estaba dicha playa. Yo podía asegurar que nos encontrábamos a la altura de ella, aun cuando la embarcación de reconocimiento nos hubiese dicho que aquel lugar era Dog White, pues esa playa debía estar a cuatro mil doscientas noventa y cinco yardas a nuestra derecha, si realmente nos encontrábamos donde me figuraba. Le dije a Andy:

-Esta playa no puede ser Dog White, porque esos acantilados señalan dónde empieza Fox Green.

-Pero lo de la lancha de reconocimiento han dicho que es Dog White.

Entre el grupo compacto de soldados que llevábamos a bordo, un hombre, con una lista blanca en la parte delantera de su casco, nos miraba fijamente moviendo la cabeza. En su rostro más bien inexpresivo, de pómulos salientes, había una mirada de sorpresa.

-El teniente conoce bien este paraje y dice que estamos delante de Fox Green –comunicó Ed Banker por encima de su hombro, y prosiguió hablando con el hombre de la lista blanca en el casco.

Como no pudimos oír lo que hablaban, Andy le habló dando voces al teniente, que movió de arriba abajo la cabeza con el casco que la protegía:

-Dice que esto es Fox Green –dijo Andy.

Respondí:

-Pregúntele dónde quiere desembarcar.

Poco después, una lancha con varios oficiales a bordo venía de la playa y, al cruzarse con nosotros, uno de ellos se llevó el megáfono a la boca y preguntó:

-¿Navega con ustedes alguna lancha destinada para la séptima oleada de ataque?

Una navegaba junto con nosotros. El referido oficial le dio orden de que siguiese tras la de ellos.

Y Andy le preguntó:

-¿Es esto Fox Green?

Contestó:

-Sí. ¿Ve usted aquella casa medio derruida? Pues Fox Green empieza a partir de ella y corre mil ciento treinta y cinco yardas a la derecha.

-¿Se puede entrar en la playa?

-No se lo puedo decir. Tendrá que preguntarlo a una lancha de reconocimiento.

-¿Es que no podemos entrar en ella?

-No soy quien para autorizarlo a que entre. Ya le he dicho que debe preguntarlo a una lancha de reconocimiento.

-¿Dónde hay una?

-Por alguna parte hay una, búsquela.

Dije a Andy:

-Podríamos intentarlo por donde haya entrado una LCVP o una LCI. Así tendremos la seguridad de no chocar con algún obstáculo. Le seguiríamos de cerca.

-Buscaremos la lancha de reconocimiento –respondió Andy.

Y, metiendo ruido con el motor, navegamos por entre aquel enjambre de transportes y lanchas.

Andy prosiguió diciendo:

-No se ve por ningún lado. Debería andar más cerca. ¡Maldita sea! Tenemos que acabar de desembarcar. Llegaremos con retraso. ¡Entremos en la playa!

-Pregúntele al teniente dónde tenemos que desembarcar –le dije.

Andy bajó y se puso a hablar con él; vi que éste movía los labios y no pude oír nada por el ruido del motor. Andy regresó y dijo:

-Delante de esa casa medio derruida.

Navegamos con dirección a la playa. Al entrar en ella, vimos de nuevo la lancha con los oficiales, que se dirigió a toda marcha hacia nuestra embarcación. A través de la bocina, uno de ellos preguntó:

-¿Han hablado con la lancha de reconocimiento?

-¡No!

-Entonces, ¿qué van a hacer?

-Entrar en la playa –contestó Andy.

-¡Pues mucha suerte, que tengan mucha suerte todos ustedes!

Pronunciadas por el megáfono, estas palabras llegaron hasta nosotros lentas y solemnes como si fueran una elegía.