jueves, 10 de junio de 2010

66 Años del Día D / Cinco


D-Day

RUMBO A LA VICTORIA

V
Ernest Hemingway
Collier's, 1944


Estábamos amparados por esa buena suerte el maquinista Thomas E. Nash, vecino de Seattle, que mostraba su reconfortante sonrisa a la cual le faltaban dos dientes; el telegrafista Edward F. Banker, de Brooklyn; Lacey T. Shiflet, natural de Orange (Virginia), que habría sido el disparador, si la lancha hubiese estado artillada; el timonel Frank Currier, de Saugus (Massachussets); el teniente Anderson y yo.

Tras de oír el lúgubre tono de aquella bendición de despedida, comprendimos que la situación en la playa no era halagüeña ni mucho menos.
Cuando llegamos, yo iba sentado en la popa para poder observar mejor contra qué nos tendríamos que enfrentar. Mis prismáticos ya estaban secos, y pude observar detenidamente la costa, que se acercaba aceleradamente a nosotros, y a través de los prismáticos parecía hacerlo con mayor aceleración.

A la izquierda de la playa, donde no había bordes rocosos tras los que parapetarse, los soldados de la primera, segunda, tercera, cuarta y quinta oleadas de desembarco estaban agazapados como unos fardos abandonados en el llano y guijarroso espacio entre la orilla y la primera defensa natural.

A la derecha estaba la entrada del boscoso valle donde los alemanes esperaban obtener resultados positivos. Más tarde, se pudo comprobar que los obtuvieron.
A la derecha había dos tanques ardiendo. Despedían un humo gris, ya que las violentas llamaradas amarillas y negras habían cesado. Al acercarnos más, descubrí dos nidos de ametralladoras: una disparaba intermitentemente desde los escombros de la casa medio derruida, a la derecha del pequeño valle, y la otra estaba emplazada a doscientas yardas a la derecha, unas cuatrocientas yardas delante de la playa.

El oficial que mandaba la tropa nos había dicho que lo desembarcásemos delante de la casa de referencia.

-Ahí mismo –recalcó–. Frente por frente a la casa.

-Andy, los flancos de este sector están batidos por dos ametralladoras –le dije–. Las he visto disparar contra esa embarcación encallada.

Un LCVP estaba inclinado contra las estacas y parecía una bañera de hierro gris abandonada allí. Los alemanes batían la orilla y los proyectiles levantaban finos surtidores de agua. Apuntaban a la línea de flotación.

-Ha dicho que quiere desembarcar aquí –respondió Andy–. Por lo tanto, lo dejaremos en este sitio.

-Eso es un disparate -repuse–, pues este sector está batido por el fuego de ametralladora.

-Ha dicho que quiere desembarcar aquí –repitió Andy.

Ordenó al timonel que gobernase a dicho punto, tras de lo cual fue a la popa y transmitió a las otras embarcaciones, por medio de señales ópticas –moviendo el brazo y subiendo y bajando el índice–, que se acercasen cuanto les fuese posible y se preparasen para la maniobra de desembarco.

-Acaben de acercarse. ¡Demonios! ¿Qué les pasará? Timonel, enfile derecho hacia la costa –repetía Andy en medio del ensordecedor ruido, parecido al del avión cuando despega.

A todo esto, entramos en la zona batida por los disparos de las dos ametralladoras en cuestión.

El silbido de sus proyectiles hizo que yo agachase la cabeza y entrase en la cámara de popa, donde habría estado el artillero si la lancha hubiese tenido montado algún cañón. Las ráfagas levantaban finos surtidores de agua en torno de la embarcación, y un proyectil antitanque, al explotar, lanzó una columna de agua sobre nosotros.

El teniente dijo algo, pero no pude enterarme de qué se trataba. Andy se enteró. Tenía la cabeza pegada a los labios del teniente. Le ordenó al timonel:

-¡Vire y larguémonos de aquí!

Viramos en redondo, y el enemigo dejó de ametrallarnos, aunque unos disparos sueltos silbaban sobre nosotros y punteaban el agua a nuestro alrededor. Saqué con cierto reparo la cabeza y observé la costa. Andy dijo:

-Además, este lugar ni siquiera está limpio de minas. Se pueden ver en todas estas estacas.

-Naveguemos a lo largo de la costa hasta que encontremos un sitio adecuado para el desembarco de esta gente –le dije–. Si nos situamos fuera del alcance de las ametralladoras, no creo que disparen con otras armas de mayor calibre, pues somos un triste LCVP y ellos tienen otros objetivos más importante que esta embarcación.

-Buscaremos otro sitio –convino Andy.

Como el oficial de la tropa volvió a mover los labios, y lo hizo tan lentamente que parecía como si no formasen parte de su rostro, le dije a Andy:

-¿Qué querrá el teniente ahora?

Andy se le acercó para enterarse. Regresó a la popa, y dijo:

-Quiere que vayamos a aquel LCI en que navega su superior.

-Bien, podríamos desembarcarlo un poco más allá, hacia Easy Red –le dije.

-Ha dicho que quiere hablar con su jefe inmediato –repuso Andy–. Aquellos que navegan en aquel transporte son de su unidad.

Cerca de allí, un LCI se balanceaba sobre las olas. Al ponernos a su costado, vi delante de la caseta del timonel un mellado boquete causado por un proyectil alemán de 88 mm. El cabeceo de la embarcación hacía que la sangre gotease por el reluciente borde del boquete al mar. Su casco y barandilla estaban sucios por los vómitos de los soldados mareados. Los muertos yacían enfrente de la caseta del timonel. El teniente de la tropa habló con un oficial, mientras nuestra lancha cabeceaba al costado del enorme y negro casco del LCI. Finalizado el diálogo, continuamos navegando.

Andy conversó con el teniente, tras de lo cual volvió a la popa, nos sentamos y, a poco, advertimos que dos destructores venían de las playas orientales con dirección a nosotros. Sus andanadas hacían blanco en los promontorios y en los terrenos en declive más allá de las playas. Andy dijo:

-Ha dicho que todavía no debe desembarcar. Quitémonos de delante de este destructor.

-¿Cuánto tiene que esperar?

-Dice que todavía no hacen falta allí. Las tropas que van a bordo de ese transporte tenían que haber desembarcado y aún no lo han hecho. Le han comunicado que espere.

-Vayamos a algún lugar donde podamos estar al tanto –dije–. Tome los prismáticos y observe esa playa, pero no diga nada de lo que ha visto a los que se encuentran delante.

Andy observó. Luego, me devolvió los prismáticos y movió la cabeza.
Proseguí diciendo:

-Navegamos a lo largo de la playa para ver qué sucede. Estoy seguro de que podremos entrar allí cuando nos ordenen desembarcar. ¿No hay duda de que le han ordenado que espere?

-Eso fue lo que me dijo.

-Vuelva a hablar con él.

A poco, Andy regresó:

-Dice que todavía no debe desembarcar. Cree que antes se limpiará de minas la entrada para que los tanques puedan operar, y que aún no hay nada que hacer allí. Le han comunicado que por ahora las cosas están complicadas y no se puede entrar en la playa.