jueves, 19 de noviembre de 2009

RECUERDOS DE "LA BALLENA ALEGRE" II

Víctor de la Serna
El Diario Vasco, 20 de Septiembre de 1938
Alineación a la derecha

Uno de los deportes espirituales de José Antonio Primo de Rivera consistía en el casi deífico deporte de conversar. Aquella voz suya que de pronto tenía unas flexiones de "corno" dulcísimo, nos deleitaba con unas charlas llenas de gracia, de pura gracia fina de señor andaluz. Abominaba, por tanto, el chiste y aborrecía el humor a la británica. Tenía eso que en su tierra pairal llaman "ángel". El don celeste de encantar con la voz y con la palabra modulada, llena de esa fuerza plástica que hace de la conversación el arte más difícil y más bello a que se pueden entregar los hombres.

José Antonio hablaba con frecuencia de arte, de literatura y de filosofía. Pocas veces de política entre su círculo de amigos personales. Se reunían estos en un sotanillo que se llamaba La ballena alegre, y que fue el primer pastiche nórdico que se hizo en España y que luego fue abundantemente imitado. Había una fina decoración de Hidalgo de Caviedes en los muros, escenas de marineros pescadores de bacalao en Groenlandia o Islandia, personajes de Knut Hansum o de Andersen, tocando el acordeón, enlazando blancas mozas rubias. Y una pequeña goleta en miniatura. Y un reloj inglés con una leyenda que decía: "Tempus fugit".

Mucha gente dice haber asistido a aquella tertulia. Los que lo dicen no cabrían en La Coupole y este deseo de haber escuchado allí la palabra de José Antonio no quiere decir otra cosa en el fondo que una apasionada admiración. Una devoción más bien como la que determinó aquel centenar de clavos de la Santa Cruz que en una ocasión mandó recoger de los templos el Soberano Pontífice.

En realidad éramos pocos los que íbamos por allí. Pontificaba con más frecuencia que nadie un magnífico escritor ausente, a quien todos llamábamos "Don Pedro" a secas. Ya saben aquellos amigos quién es y por qué callo su nombre completo*. José Antonio gustaba mucho penetrar por entre la selva barroca del talento de aquel amigo que acababa casi siempre vencido por la suave dialéctica del fundador de la Falange Española. Porque José Antonio, que para el foro y el Parlamento empleaba una dialéctica seca y rotunda y para el discurso político una concisa y arrogante poética y para la calle lo que él llamó "la dialéctica de los puños y las pistolas", para la conversación amistosa empleaba una dialéctica escolástica y medida, pura geometría de su mente excepcional.

Solamente vi una vez a José Antonio despojarse con una serena ira, con esa ira que no es pecado capital, de su personalidad de La ballena alegre; fue una vez que entraron allí dos muchachos pálidos con aquel aire de intemperie que a su jefe le exaltaba hasta cimas arcangélicas. Le saludaron a la romana, le dijeron algo y José Antonio partió subiendo de tres en tres las escaleras.

A los pocos minutos, sabíamos que, como un San Miguel, despejaba a puñetazos a una cuadrilla de marxistas que impedían vender F. E. en una calle céntrica. Volvió a nosotros sin pasar mucho tiempo, un poco descompuesta su señorial indumentaria, tan sencilla y tan correcta siempre. Contó el episodio de prisa y corriendo. Y su voz barítona, sin un trémolo, sin una arista, continuó su discreteo filosófico con "Don Pedro". Y mientras los dos amigos dialogaban como dos atenienses, el reloj del péndulo, con su "Tempus fugit", contaba golosamente aquellos minutos inolvidables.

Nos quedará a sus amigos, como uno de los recuerdos más amados de José Antonio, el de su dulce voz de "corno" suavísimo. Aquella voz que modelaba morosamente las ideas bellas de una inteligencia casi celestial.

*"Don Pedro" era Pedro Mourlane Michelena, quien, cuando este artículo fue publicado, se encontraba escondido en Madrid y cuyo nombre completo, por tanto, no hubiera podido hacerse público sin grave peligro para él. Eran los días trágicos de la guerra española y de las sangrientas persecuciones políticas en Madrid.