miércoles, 18 de noviembre de 2009

MANOLO, EL DEL SEMINARIO

El tabernero Toribio en el Burladero de la Autoridad, 12 de Mayo de 2009


José Ramón Márquez


Leo una cosa sobre un ‘seminario’ que se ha impartido en Las Ventas, me imagino que en el cuarto ése donde tenían disecado al Belador y luego pusieron una especie de maqueta mostrenca de la Plaza de Toros hecha por un jubilado. Sale en la noticia un presidente de Las Ventas, llamado Manuel Muñoz Infante, que me parece que es ese famoso ‘Manolo’ que se pone a veces en un burladero de callejón al ladito de Toribio. El buen Manolo dice una de las cosas más graciosas que uno ha visto en esto de ‘la aldea (y cada vez más aldea) de tauro’. Va el tío y dice que “desde el ámbito presidencial el año fue 'bueno', a pesar de la 'extrema generosidad del público' a la hora de pedir trofeos, lo que hace que, 'para conservar la seriedad y el rigor' de esta plaza, la presidencia tenga que ponerse 'firme, eso sí, evitando también el conflicto de orden público'”. Y es que cada vez que oigo lo del conflicto de orden público es que me parto de risa, de verdad, que lo leo y me parto de la mofa. Porque ¿qué conflictos de orden público se han visto en alguna plaza en los últimos setenta años? ¿Alguien puede traer uno a colación?

Hace mucho, sí que los hubo. Vaya éste, tomado al azar, como obsequio al simpático Manolo y a su sentido del humor: “A consecuencia del alboroto ocurrido anteayer tarde en la Plaza de Toros, fueron detenidos y llevados al juzgado de guardia ocho sujetos, tres de ellos levemente heridos y dos graves, entre ellos el cojo que dio origen a la cuestión y que se halla en la cárcel de Villa. A uno de los detenidos se le ocupó un cuchillo que sacó a relucir en la contienda.” Publicado, amable Manolo, en el diario La Discusión el día 2 de junio de 1881, seguro que antes de que naciese tu abuelo. Bueno, pues al menos sí es verdad que en alguna época las cuestiones de la plaza tenían que ver con el Orden Público.

Hoy día, caro Manolo, nos agarramos a ese lugar común, a esa paja en el ojo de resonancias heroicas de navajas y pistolas, de público enfurecido saltando al ruedo en masa, de incendio de los bancos de las gradas para, quizás, apartar la mirada de otras vigas que día a día tenemos ante nosotros. Porque yo creo que el gran conflicto de Orden Público del presente no es el que ocasiona un pobre hombre que exhibe en su tendido una sabanita como de bebé en la que ha escrito con su penosa caligrafía la frase: “QUE VERGUENZA” (sic), sino esta sensación que muchos tenemos de que la Autoridad, nuestra única valedora en este mundillo tan peculiar, está al otro lado, que no defiende con todo el ahínco que debiera el interés del espectador –nótese que no digo aficionado- y la pureza del espectáculo, de que la Autoridad ha abandonado su natural neutralidad y se mueve más confortablemente cerca de los que participaban en el ‘seminario’, ganaderos, empresarios, toreros, críticos, que de los pobrecillos que nos vamos con nuestros euros a la taquilla y, se quiera o no, sostenemos el espectáculo.